La noche del pasado lunes, a las 7:23 p.m., mi familia y yo sufrimos la perdida de mi abuelo materno Francisco Tavárez Ventura, nacido el 4 de octubre de 1937 y cuyo nombre heredó de su tío-abuelo Manuel Francisco Tavárez Ramos, padre del legendario héroe revolucionario Manolo Tavárez Justo.
Su edad era avanzada y eso facilita un poco la resignación; pero lo sorpresivo del acontecimiento nos devastó debido a que últimamente su salud era muy estable y apenas minutos antes de su muerte tuvimos la oportunidad de disfrutar de sus risas, abrazos y besos. Pero cuando se retiró a descansar poco después de haber cenado y haberse bañado, un infarto fulminante le cegó la vida en un santiamén. No lo vimos venir, al menos no ahora, pero estamos profundamente agradecidos con Dios porque permitió que sus últimos suspiros no estuvieran acompañados de sufrimiento ni de un largo quebranto y porque además, su último parpadeo de ojos tuvo lugar en la tranquilidad de su cama.
Vivió sus últimos 25 años en el evangelio y yo estoy muy feliz de que esos hayan sido los años de su vida que me haya tocado compartir con él, pues siempre mostró una fe irrestricta en Jehová y una impresionante sencillez de vida; nunca necesitó mucho para sentirse satisfecho y complacido, y esta es la razón por la que siempre estaba feliz. Bastaba con que uno de nosotros (sus nietos) o una de sus hijas le fuese a visitar para verlo estallar de regocijo y expidiendo amor hasta más no poder hacia nosotros.
Entre las normales incoherencias que se emiten junto con el llanto cuando se ha perdido un ser querido, mi madre me dijo "ay mi hijo, tu eres su vivo retrato", pero yo le contesté que ya quisiera yo y que sería muy osado de mi parte aceptar esa comparación ya que estaba muy remota a la realidad, pero que yo le prometía asumir como legado esa forma tan sencilla, desprendida y amorosa de vivir la vida que siempre nos proyectó.
Estoy seguro que si llegase a lograrlo, las insatisfacciones, tristezas y momentos de cólera se reducirían al mínimo en lo que me resta de vida, pues simplemente esas fueron cosas que nunca alcancé a ver en él, ni siquiera en el año 2010 cuando fruto de una complicación por su diabetes se hizo necesario amputarle una pierna, por lo que vivió sus últimos 7 años con una sola, pero igual de feliz y satisfecho.
Yo no podría tener una mejor sucesión de mi abuelo que poder hacer míos esos valores y aplicarlos a mi vida diaria. Que gran fortuna sería eso para mí!.
No quiero dar por terminado este escrito sin antes agradecer en nombre de mi familia a las decenas de personas que se apersonaron a brindarnos apoyo y también a los que nos lo manifestaron vía telefónica y a través de las redes sociales; gracias del alma, y no solo por su solidaridad, sino porque de ustedes también, en el marco de este proceso hemos sustraído grandes enseñanzas.
Y es que los tragos amargos sirven para percatarte quienes de tu círculo están dispuestos a tomárselos contigo, a no esperar nada de nadie porque las expectativas nunca superarán las sorpresas; y que a veces por dar más importancia a quienes no le importamos tanto, nos olvidamos de darle la debida importancia a quienes sí nos incluyen en sus prioridades.
Gracias de verdad, que Jehová los bendiga mucho y les retribuya en salud y abundancia todo su apoyo y por habernos prestado sus hombros para llorar, por mi parte, pueden tener la certeza de que no arrojaremos esto al olvido.
En cuanto a mi abuelo, daría lo que sea por 30 segundos más de vida terrenal de él, para decirle que lo amo, que no tengo cómo agradecerle tanto cariño, que estoy maravillado con la forma noble y alegre con que vivió su larga vida y que nunca, jamás de los jamases, me olvidaré de él.