En el pueblo de Río San Juan hay sentimientos ambiguos. Por un lado de alegría, eufóricos aplauden la inauguración de una escuela. Por otro lado, de coraje, indignados por la construcción de instalaciones militares en un área protegida, y que anhelaban estar en los planes de remozamiento de la Laguna Gri-Grí, ícono turístico del municipio.
Hay rabia, impotencia, al ver construir una obra con la osadía del “pésele a quien le pese”. Sin vistas públicas. La opinión de miles de votantes (perdón, quise decir habitantes) no importa. No importan las normas ambientales. Se construye y punto.
Lo que se esperaba fuera un parque infantil, de diversión y esparcimiento entre la rivera de la Laguna Gri-Grí y el océano Atlántico, será convertido en un fuerte militar.
Y más aún, este pueblo cruje sus dientes de ira, porque saben que las mismas autoridades que autorizaron este proyecto, son las mismas que le prohíben construir o remodelar en sus propiedades, precisamente sustentando sus estamentos en “por estar en zona protegida”.
Conformarse con ser la mampara destartalada, las ruinas, para una escena de película, duele.
Si alguien es amigo del Presidente, y logra romper su anillo, por favor díganle que aquí se está haciendo “lo que nunca debió de haberse hecho”.