En la comunidad de Río San Juan han ocurrido en tiempo recientes sucesos que han consternado a toda la sociedad.
El horrendo asesinato en el 2011 de José –El Mono- Hidalgo, en su plena vida útil, a manos de ocho jovencitos a quienes éste no les permitió entrar una botella de ron a una discoteca donde trabajaba como seguridad, y luego ver cómo los criminales se escudaron en sus edades para evadir el peso de la justicia, fue una burla.
Y ahora más recientemente, la muerte de un niño de apenas seis años por un motorista imprudente que en su acelerada prisa aplastó la cabeza del párvulo, son motivos de gran preocupación para cada padre de familia.
Sugiero que juntos cerremos los ojos y pensemos: Tener un hijo, un único hijo, desvelarnos desde su primer llanto, verlo crecer cargado con toda la esperanza del mundo. Ya cumplió seis años. Mi niño y yo vamos juntos de la mano en el camino. Yo contando mis anécdotas, él sonriendo a cargadas de mis loqueras. De repente, salido de la nada, un joven con instinto animal se nos lanza encima, y en un instante mi niño, mi único hijo, deja de respirar para siempre.
Ahora, abramos los ojos. ¿Qué sienten? ¿No sienten que un nudo en la garganta les apuñala el alma? ¿No sienten un dolor indescriptible en el pecho? Si, algo irremediable ha pasado. El espejo donde miramos nuestras esperanzas se ha roto. Irreparablemente roto.
Entonces, es necesario ya, que toda la sociedad admita su dosis de responsabilidad ante este carnaval de primitivismo y se asuma el compromiso de trabajar juntos, alejado de cualquier apego político, color o religión, por una comunidad más respetuosa de los valores morales, cívicos y jurídicos.
Una sociedad donde la Alcaldía Municipal, los representantes del Ministerio Público y los organismos de seguridad y orden velen por el cumplimiento de las ordenanzas y las leyes. Sin privilegios, y con cero tolerancia para los indeseables. Una sociedad donde valoremos lo más preciado que el Creador nos ha dado: La vida.
Así y sólo así podremos ser civilizados.