Inicio este escrito citando el estribillo de una poesía, escrita por la maestra Hilaria Castro, ‘Doña Tinín’, la cual dedicó a su pueblo adoptivo, Río San Juan, y que nos fue enseñada a un grupo de adolescentes, por ahí por los años 98, 99. Y dice: ‘Cuánto has cambiado Río San Juan, cuánto has cambiado’. Y yo le agrego a modo de poesía: ¿Es que ya no te satisface sentarte en una esquina y tocar una guitarra?; ¿cuándo fue que dejaron de vender las canicas en las pulperías y convirtieron a nuestros niños en vendedores de harina?; ¿pero, papá y mamá, por qué no le remangaste una galleta entre el hocico a ese adolescente rebelde que sin darte cuenta estaba sobrepasando tu autoridad?
Y ahora prosigo, Río San Juan está metido en camisa de once varas, culpa del veneno blanco, falta de autoridades competentes que enfrenten de verdad al gusano que está dañando a muchos; podrido por el nefasto que dice ser incorruptible y sigue siendo más de lo mismo, una máscara para apaciguar a los que tienen voz.
Nos ha cogido la maldita droga, ya los jóvenes no acompañan a sus padres a los conucos, pero tampoco a las pocilgas a mejorar los cerdos, ahora acompañan las bandas a hacer crecer una pocilga de malhechores y a cosechar basura en donde una vez fue tierra santa.
Ya nos jodimos, ya nadie quiere hacer nada para parar esta asquerosa situación, el vandalismo; ahora todos son indiferentes, desde los padres hasta el vecino.
Recuerdo cuando un día salía de Nueva York Chiquito, un populoso sector del municipio de Río San Juan. Venía de hacer un reportaje, hace unos dos o tres años, y en medio del camino presencié una persecución a un chivito harto e' jobo. Dos “policías” en un motor y el susodicho en una pasola, muy astuto y conocedor de sus alrededores. Tiró el producto, unas cinco funditas, de color negro y azul, a tres pasos de mí. El susodicho, al ser requisado por los “policías” y no hallar nada en sus bolsillos, fue dejado libre ¿Y cómo le iban a encontrar nada si lo que ellos buscaban estaba a diez pasos detrás de sus espaldas? Al irse los “policías”, el susodicho, atendió a buscar lo suyo y con gran valentía decir: ‘Esos palomos se creen que me van a coger a mí’, entre otros improperios. Todo esto sucedió frente a la mirada de unas veinte personas quienes se encontraban en el ya nombrado sector; unas jugando dominó, otras azoradas ante lo que parecía el capítulo de una película, y yo estupefacta y a la vez tratando de entender lo que estaba pasando en mi tierra. Confundida ante la indiferencia de todos, no salía de mi asombro al ver cómo para esas otras personas este hecho era algo normal, su diario vivir.
¿Dónde están los padres?, ¿dónde están las varitas de tamarindo?, ¿el guayo y la piedra?, ¿a dónde cogollo enviaron los valores?, ¿cuándo a papá y a mamá se les olvidó que ellos mandan y que si usted dice ¡no, usted no va!, pues usted no va y punto? Pero peor aún, ¿cuándo fue que yo me perdí ese cuarto intermedio donde ya los novios no van a la playa a darse besos por las noches, sino que este espacio es usado para vender el polvito que a todos pone contentitos?, ¿pero por qué ya no puedo montar cualquier motoconcho a la hora que lo necesite, de día o noche?, ¿por qué no puedo pasar por tal o cual esquina en horas de la noche, tranquilamente, si se supone que estoy en mi pueblo, donde nadie me va hacer daño? ¡Ah! ya me acordé, se puede armar una disputa por pleitos de puntos y pegárseme un tiro, o no, quizá me vayan a regalar flores, ¡qué ilusa, no!
Y sí, he escrito a raíz de la muerte del joven que el pasado sábado en horas de las madrugadas fue ultimado por otro, u otros, supuestamente por disputa de un punto de drogas, no se sabe exactamente. Pero también escribo por la intranquilidad con la que se sobrevive en lo que ahora es tierra de nadie. ¿Qué dejan estas muertes? Una familia destrozada, rabia, odio e impunidad. ¿Quién es el próximo?
¿Y el pueblo? ¡bien, gracias! Porque no se puede hacer nada contra los papaupas de la matica, los pistoleros, esos guasones que parten madre, los dueños de los puntos, los dueños de las calles de Río San Juan, que se pasean a toda luz, anchos y frondosos, los intocables. ¿Y el pueblo? ¡bien gracias! Porque no se le puede hacer frente a los que compran a los policías, los que pagan los peajes para que se les deje salir por las noches a controlar su área. ¿Y el pueblo? ¡bien, gracias! Porque los vampiros son más fuertes, ¡pero ojo!, Río San Juan, para los vampiros hay aguan bendita, estaca y una fuerza poderosa que es Dios y nosotros mismos. Esos vampiros son solo unos cuantos y nosotros somos miles y podemos sacar esa crápula de nuestra tierra, sean riosanjuaneros, porque los hay, y también de otros pueblos.
Yo he visto a comunidades y pueblos tomar la justicia por su propia cuenta y sacar la peste para que no acabe con toda su gente. Yo sé que si el pueblo se alza y perseguimos a esos malditos asesinos que están destruyendo a nuestros jóvenes y niños, la sociedad podría cobrar otra vez su valor.
¿Será que nuestros hombres se cansaron de luchar, o es que no hay?
Sí, ya sé, debo estar loca al escribir estas cosa, debo estar soñando al falsear tanto, dirán muchos de los que lean estas líneas, escritas con mucha rabia, dolor e impotencia, y hasta puede que a mi cabeza le pongan precio por atreverme a tocar el tema que nadie se atreve, por miedo, pero a ese señor, al miedo, yo no lo conozco y mientras hayan tantas voces calladas, la mía seguirá vociferando y pidiendo a gritos ¡salven a Río San Juan de las drogas!
Dejen de dormir en los laureles, vamos a actuar, ya basta de tantas muertes y heridos a causa del polvito blanco. Hoy en día no vemos muchos hombres en mi tierra, hoy en día solo se ven villanos que a la primera no lo dudan para írsete encima y acabar con tu vida.
Vamos a trabajar en la educación, vamos a fomentar los valores, vamos a corregir al niño y niña antes de que sigamos criando alimañas, defectos sociales que seguirán expandiendo esa semilla enferma que les siembra su entorno.
Este es un trabajo de todos los sectores, dejemos la indiferencia y el miedo, porque por demostrarles miedo a los guapos, es que nos han cogido el timón. Ojalá y cuando el pueblo quiera despertar ya el barco no esté en el fondo y oxidado; ojalá y ya no seamos unos fantasmas en el océano de harina blanca y piedras dañinas rodeadas, también, de un producto vegetal, traficado por piratas y corsarios que vienen desde el infierno a reinar en la tierra.
Ahí están las preguntas, fáciles preguntas, pero no tan fácil como la respuesta ¿y saben cuáles?, se llama VALENTÍA, de lo contrario seguiremos viviendo en un paraíso dentro del caldero del infierno.