-Luis R. Santos evacuó un texto, Sinfonía de las cacerolas (Editora Búho, marzo 2021), que en otros tiempos alguien habría pensado que podría constituirse en un clásico del escándalo. Pero en esta época del na e’ na no es extraño que le hagan un desdén caribeño (el fó lujoso) o pase desapercibido.
El tema político, las urdimbres en él existentes, tienen antecedentes notables: el mexicano Luis Spota (1925-1985) dio cátedras en los años 50. “El primer día” es una muestra de ello. En el plano local, el de Los que falsificaron la firma de Dios (1992), de Viriato Sención (1941-2012), libro que en buena lid, marcó un hito, y alcanzó luminoso ditirambo.
Posiblemente de este último buscó R. Santos remedar el éxito, al soñar con una posible confrontación que lo catapultara en la opinión pública y en el listado de ventas. Claro, Nadime no es Balaguer, ni Santos dibuja las palabras como Viriato.
Con “Sinfonía de las cacerolas”, el autor dominicano ha decidido lanzarse a esas procelosas aguas, y apartarse ruidosamente de un precepto, o ley no escrita en el campo literario de la ficción: no escribir sobre hechos recientes. Al saltar esa barda corre el riesgo de toparse con varios escollos o minas explosivas.
Al penetrar en el libro en cuestión se percata uno de que el señor Santos echa a un lado, casi por completo, el ejercicio imaginativo, es decir, la creación de personajes, ambientes, geografías y circunstancias; su osadía camina unos metros más de peligro: los nombres de los protagonistas simplemente han sido trastocados, sus letras revueltas. Es decir, son, plenamente identificables.
El novelista ha de inventarse el protagonista, la forma en que habla, camina y hasta la estilo en que lanza el escupitajo (sino pregúntele al noble ciego amante de Dante).
R. Santos intenta seguir el hilo conductor de la serie de acontecimientos políticos que son harto conocidos y abarcaron dos décadas. Eso, a mi juicio, lastra respecto a lo que el autor hubiese podido hacer en ficción o expandirse en la historia para aportar a sus protagonistas tintes o grados psicológicos que resultaran más atrayentes.
En la mesa de la escritura hay una pata que, fundamental, resulta: la del lenguaje. Y es que toda obra es lenguaje. Cuando esa mesa tiene esta pata herida, tiene un defecto fundamental, de fábrica. Y en este aspecto cojea “Sinfonía de las Cacerolas, donde el lenguaje se ve supeditado al hecho periodístico.
El aspecto del humor, no de la ironía cuyo manejo requiere del verdadero talento, tiene un particular tratamiento en esta obra comentada. Y es que, en esta irreverente sinfonía, en su objetivo por ridiculizar o caricaturizar a personajes como Leónidas Hernández, Dani Nadime, y Flor Cerdeño, hay un momento en que se vislumbra que ha caricaturizado su propio trabajo. El can poco diestro, buscando dar el mordisco, termina mordiéndose el rabo.
Si de humor hablamos, debemos ahora resaltar que el autor de esta obra hace apenas cuatro años, para las elecciones del 2016, con relación al personaje que aplica el látigo ya había edificado un criterio: “decidimos agruparnos porque la obra del presidente Danilo Medina tiene una dimensión social enorme”, ahora que él encabeza una especie de cruzada o diatriba escritural contra el mismo Dani Nadime, creemos que el carácter extracurricular de este comentario de R. Santos, enriquece esta nota, y nos hace evocar (además de la palabra vaivén) que estaba ahíto de razón el emperador Moctezuma cuando decía que los bufones enseñan mucho más que los sabios.
Da la sensación de que el autor de “Princesa de Capotillo”, su best seller, en su empeño de ajustar cuentas, soslaya que en la literatura no es saludable caricaturizar, sino retratar, que en la buena ficción no se dice que un personaje es bueno o malo, sino que se presenta con maestría sus vilezas y maldades.
“Sinfonía de las cacerolas”, que aún no ha producido, con dolor del autor, reacción de ningún tipo en aludidos ni en enlodados, fue escrito a la brava, bajo la premisa fundamental de herir la vanidad del poder y a sus más conspicuos representantes de un determinado tiempo. Pero, algo me late; este tipo de libro no gustará al lector duro, pero sí que figurará en la Enciclopedia del Vituperio (cuando se edite ésta).
Por la forma en que está concebido este libro, no queda claro hacia donde el autor se encarrila: para ser novela, en su elaboración peca de poca imaginativa, de directa, y en la crónica (donde es más feliz su ejecución), zigzaguea. Entonces parece una especie de género “chupacabra”. De hibridez sobrecogedora.
Ha prescindido el escritor Santos, además de la imaginería, de la elaboración de conflictos: elemento vital para un texto considerarse novela. Por ello, lo que Luis R. Santos ha producido es más vecino o cercano de la crónica.
En definitiva, R. Santos debe entender que en las lidias literarias cuenta más el recurso de la sagacidad que el de la saña. Santos pisó una mina recién instalada por él mismo (y las esquirlas han terminado destrozando la fachada literaria de su escrito). Moraleja: La idea no debe ser embarcarse solo en desnudar el tejemaneje de una república bananera y sus oscuros adláteres, sino emplearse en hacerlo con elegancia.
La irreverencia, sin lenguaje de altura ni arte, tiene consecuencias desafortunadas.