Para mí, la cosa más extraña del mundo, y que más curiosidad me llamaba, después de las novelitas de vaqueros, eran sus fanáticos lectores. Generalmente eran tipos solitarios-raros (permítaseme hacer esta palabra compuesta), que vivían en cuartuchos, que de ser pocos sociales hicieron magisterio, y sobre cuya soltería se erigía siempre las más terribles especulaciones.
Y entre ellos siempre recuerdo uno: se llamaba Juan, jabao (a chepita se libró de ser albino), delgado, muy delgado, tanto que mirándolo bien uno podría prescindir de la fotografía del esqueleto.
En varias ocasiones en la clase de anatomía un estudiante lo propuso como modelo, ganándose el aplauso unánime de muchos, y la reprobación de la minoría. Cuando se terminaba la clase salía muy calmadamente y se dirigía hacia mí, preguntándome si pasaría el fin de semana por su casa para que le diera (como al enfermo que está en cuidados intensivos) asistencia en el álgebra.
Juan vivía cerca de mi casa. Lo veía en ocasiones que pasaba presuroso a cambiar las novelitas de vaqueros en la Librería El Deportista, cuyo dueño era un hombre moreno, estatura mediana, el cual no me imaginaba haciendo más nada en el mundo o fuera de aquel espacio, donde vendía saca puntas, libro Nacho, paquitos.
Cuando lo visitaba me impresionaba que tenía la cama llena de estas novelitas, y que la acomodaba muy bien, para que pudiera sentarme. Dos sitios tenían estas novelistas: los sobacos, manos o su desordenado tálamo.
El “personaje” Juan me ha venido al recuerdo esta mañana cuando me topé en mi biblioteca con una pequeña novela titulada: El hombre que mató a Liberty Valance. Era el autor un tal James Warner Bellah. En la portada puede observarse a John Ford en lo típico: con sombrero en cabeza y pistola en mano y apuntando. El libro es de bolsillo, con un fondo verde o color menta de guardia.
Me apresuré a buscar datos del autor. Wikipedia, mi secretaria por antonomasia, me proporcionó algunos datos. De él aparece una foto a blanco y negro. Peinado clásicamente hacia los lados, la camisa desabotonada pero no tanto como para uno especular de que privaba de macho. Autor de novelas del Oeste, que nació en Nueva York y se desarrolló como escritor de novelas y guiones en Los Ángeles. Se fue del mundo de los vivos (de los indios, las flechas y las pistolas) en el año 1976. Varios de sus trabajos fueron llevados al cine.
Cuando tenía la novelita de Bellah en las manos, me imaginé al escritor en su tiempo, disfrutando de su éxito, mirando en los sets, al viejo Ford, asombrados de que los indios dispararan bien las flechas y de cómo las largas escopetas (colocadas horizontalmente) cruzaban bellamente el cuerpo de los caballos.
He empezado a leer la novelita. La verdad es que me ha atrapado. En el paisaje y los personajes del Oeste me ha metido. Me imaginé entonces a Juan, y comprendí que cuando uno se mete a un mundo es difícil de ser sacado. Establecí el paralelismo mío, que soy aficionado a Las Mil y Una noches.
La verdad es que hacen faltan lectores apasionados, de novelitas de vaqueros, de paquitos, que la pasión eleven a la más alta categoría. Aunque tengo la intuición de que secretamente y sin aspavientos, los lectores de novelitas de vaqueros pertenecen al club de la misoginia, con la discreción de algunos blancos del sur que al ku klux klan se han afiliado y participan en noches estivales.
¿Hay aún lectores de novelitas de vaqueros? No lo sé. Si usted conoce alguno, comuníquemelo, para no verme en necesidad o ridículo de colocar en alguna pared o poste un “wanted”. Juan andará por ahí, me gustaría encontrármelo con una novelita bajo el brazo, y pensar que aún el tiempo no ha pasado, que aún hay gente que cree que los indios pierden por malos y los blancos ganan por buenos, y que derribar a un hombre blanco del caballo es fácil.