Hay lugares y situaciones que nunca deberían tocarse, muchos menos mezclarse o aprovecharse de ellos. En el imaginario popular ya corresponden a estadios históricos o circunstanciales muy especiales. La Plaza de la Bandera es uno de esos lugares, que a fuerza de voces, canciones mimadas por la voz virgen del pueblo, jóvenes por la rebeldía acicateados, reclamos, protestas y pisadas, se ha constituido en la “Plaza de la Pureza”.
Pero muchos políticos no entienden o los bobos se hacen; creyendo que todos somos bípedos estólidos. Están atrapados sus egos por todo, menos por la red de lo humilde. Su sueño es constituirse en amos y señores de las vidas de los otros, pero los atrapa una caja de resonancia donde no es la lógica la que manda o respira allí dentro, sino la megalomanía que destruye el sentido común de la manera más tremendista.
¿A qué viene esto? Al expresidente Leonel Fernández y su gente se les ocurrió acudir este 23 de septiembre a la Plaza de la Bandera, penetrarla haciendo proselitismo que raya y se entronca en lo burdo. Así mismo. Apoderarse de ella. Mancharla. Craso error de sus estrategas. Error infantil que está condenado al fracaso más estrepitoso. Imagínese usted a El Alfa disputándole el Cotton Club o el Apollo a Louis Armstrong, o el Maracaná a su Pelé y sus luminosas piernas? ¿O a un simpatizante de Adolf Hitler patrocinando misa por las víctimas del Holocausto?
Olvidan Leonel F. y los personajes que le acompañan que cuando el pueblo se ha querido manifestar de manera libre contra algo, cuando ha sentido que sus derechos han sido vulnerados, cuando ha aspirado a obtener una causa que ha considerado justa e impostergable, ¿a dónde ha acudido? A la Plaza de la Bandera. Ahí está el más hermoso referente, ahí el sitio donde se incubaron las protestas contra la suspensión de las elecciones municipales del año 2020, allí es que unida a las 100 banderas, ondean también las conciencias más acendradas de la nación, las palpitaciones de los jóvenes que se resisten a que se eternice la cultura vieja de latrocinios, fundadora de tantas desesperanzas.
La ambición obnubila sus mentes, el deseo de llegar al poder termina a la razón imponiéndose. ¿Qué llevó a la Fuerza del Pueblo y a su candidato presidencial a organizar una actividad política en la Plaza de la Bandera?
En términos estratégicos tal decisión más que una bufonada, es un desatino. Más que convenirles les acarrea un serio problema. Se hacen visibles en el sitio los personajes que representan de “p a pa” contra lo que se protestó en el 2020. El estatus quo podrido. Leonel juega a la desmemoria con la displicencia y la astucia con que las señoritas de mi tiempo jugaban “llá” o a las escondidas. Pero de los Joao Santana y Jaime Durán Barba están llenos los recovecos del infierno y las oficinas de estrategas de candidatos de Quisqueya.
Sabemos que Leonel Fernández es un tipo que se deja guiar y seducir por lo majestuoso, que de lo pantagruélico y pomposo siempre hace un estilo. Ahí está la tumba que construyó (cualquier faraón suspiraría), los dos millones de firmas que recogió Félix Bautista (en aquel antaño y aquel entonces) para que continuara en la silla de alfileres. No extraña entonces su asalto de la Plaza de la Bandera.
Lo sorprendente es que no haya aprendido la lección. Lo que asombra es que se haya quedado enganchado en el tiempo. Otros tiempos soplan, vientos distintos en la Plaza de la Bandera azotan aquellos majestuosos trapos. Aunque haya gente que crea que el picapollo, el romo y los quinientos pesos aún resuelven y hacen milagros para conseguir sofritas lealtades.
Señor Fernández, la Plaza de la Bandera no es para politiquear. Está destinada a propósitos más nobles, es el único lugar que les queda al pobre, a los honestos y honestas, y al joven para soñar con una patria mejor, con esa patria que usted y muchos de los que le siguen cual dipsómanos o sonámbulos, se han encargado de escamotearles de la forma más siniestra y desconsiderada.
La Plaza de la Bandera es la Plaza de la Pureza, recuérdelo y respete eso.