Celebremos el que República Dominicana y Venezuela estén dando pasos para restablecer a plenitud las relaciones. Sea cual sea la parte que haya tomado la iniciativa, esa parte ha dado el primer paso en la dirección correcta y merece reconocimiento.
Esa ruptura jamás debió producirse y por la causa y las circunstancias en que se produjo, desde aquí mismo critiqué al Gobierno dominicano por haberse sumado al concierto internacional que, con Estados Unidos a la cabeza, pretendió aislar y echar abajo al gobierno del presidente Nicolás Maduro, y franquearles las puertas del poder a los grupos más corrompidos y entreguistas de la política venezolana en estos tiempos.
Esa ruptura se dispuso a causa de un asunto que sólo los venezolanos estaban llamados a resolver. El Gobierno dominicano pudo haberse opuesto al comportamiento del presidente Maduro en las últimas elecciones, pero alinearse y tomar partido por un bando, hasta romper las relaciones con el Estado venezolano, nunca tuvo justificación.
Los venezolanos y dominicanos son pueblos hermanos, unidos por la vecindad geográfica, las aspiraciones comunes y son víctimas de la opresión de un enemigo común. Mucho le debe nuestro pueblo a la solidaridad venezolana, y sin hablar de la acogida que se le ofreció hasta morir a nuestro patricio Juan Pablo Duarte, basta tan sólo recordar la solidaridad encontrada en Venezuela por los luchadores contra la tiranía trujillista.
Numerosos venezolanos dieron su sangre junto a la de los patriotas dominicanos en la expedición de junio de 1959, fue precisamente un hijo de Venezuela quien condujo el avión que trajo a los patriotas que vinieron por Constanza, y la solidaridad de la Revolución Bolivariana, desde los tiempos del presidente Hugo Chávez, es cosa bien conocida.
El país también ha ofrecido hospitalidad y acogida solidaria a millares de venezolanos emigrantes.
Ojalá pronto se subsane la herida que dejó abierta la ruptura; que se normalicen el tránsito en ambas direcciones, los tratos económicos, los servicios consulares, intercambios culturales y amistosos entre nuestros pueblos y, por demás, muy útil le resulta al país contar con una retaguardia petrolera asegurada en tiempos tan inciertos y tormentosos como los que vive el mundo en el presente.
Bienvenido ese reencuentro y no olvidemos que la no injerencia y la neutralidad en los conflictos ajenos, son partes de la mejor diplomacia.