Uno de los criterios más perniciosos y dañinos en la actividad política es la interpretación a destiempo de que tenemos asegurada la victoria en una contienda electoral, asumiendo esta posición por circunstancias del momento, las cuales pueden favorecernos en esa realidad o simplemente por tener una visión subjetiva que nos lleva a enfocar los temas políticos-electorales de manera equivocada, incurriendo en lo que muchos consideran como el síndrome del triunfalismo.
Desde mi punto de vista y por la experiencia que hemos tenido en la actividad política, entiendo que el triunfalismo es un vicio ideológico que en determinadas situaciones puede llevarnos a exponernos a fracasos electorales cuando "supuestamente" teníamos todo bajo control y la victoria asegurada, sencillamente por no hacer lo que las circunstancia ameritaban, pues nos habíamos declarado ganadores antes de concluido el proceso.
Mi recomendación en todas las contiendas que he participado es la de trabajar hasta el último día con la misma o mayor intensidad con la que comenzamos, siempre sumando, sin menospreciar ningún apoyo por más insignificante que nos pueda parecer, siendo persistente, sin sectarismo ni exclusión, porque al final no es lo mismo un adversario resentido que un contrincante neutralizado por un trato decente y respetuoso.
La persona afectada por el síndrome del triunfalismo siempre observa las cosas a su manera, sólo mira las situaciones como quisiera que fueran, se crea un mundo que sólo está en su mente, alejándose del mundo real y objetivo; colocándose al margen de la realidad, lo cual necesariamente lo empuja a cometer errores tras errores, menospreciando aliados o simples ciudadanos que al final podrían ser determinantes en una decisión muy competitiva.
Como ilustración de esta teoría del efecto catastrófico del triunfalismo, que entendemos correcta, voy a narrarles una historia de las muchas que he vivido en procesos electorales, la cual al mismo tiempo será una primicia, porque en definitiva fue la causa real de la derrota del Puma en 2006 en su batalla por la senaduría con Chú Vásquez, con una diferencia de tan sólo 150 votos.
Siempre he utilizado las encuestas como herramientas de trabajo, ya que es un indicador científico que nos ilustra de cómo andan las simpatías en un momento determinado. En esas mediciones que realizamos para ver el grado de apoyo que tenía Isabel Bonilla, que competía con Hilario Amparo y Arístides Victoria por una diputación, siempre notamos que entre el Puma y Chú la diferencia era muy cerrada, con el Puma siempre ligeramente arriba; lo cual contrastaba con las mediciones que realizaban las firmas encuestadoras que le hacían las encuestas al PLD, por la sencilla razón de que en esas encuestas median los senadores y diputados juntos y un porcentaje determinado se inclinaba por el Puma, pero por un diputado del PRD, fuera Salomón o Warner, a los cuales no le hacían una segunda pregunta para ver en definitiva por cuál de los dos se inclinaba el ciudadano.
Con ese criterio de realizar la encuesta, el Puma salía con 8 puntos de ventaja, pero con el estilo que nosotros empleábamos de introducir una segunda pregunta, ese 8% se inclinaba por los diputados del PRD, lo cual nos arrojaba un empate técnico a nivel de la Senaduría.
Con esa inquietud, Isabel y un servidor visitamos al Puma la tarde antes de las elecciones y les hicimos nuestro planteamiento, solicitándole al mismo tiempo un apoyo económico para revertir el trabajo que Chú había hecho en Río San Juan, donde duró 3 días con mucho recursos, logrando variar un porcentaje de la intención del voto a su favor.
Le informamos al Puma que nos habíamos quedado sin recursos y que necesitábamos concentrarnos en Río San Juan, aunque tuviéramos que amanecer para revertir el trabajo que había hecho Chú, lo que nosotros estimábamos en por lo menos 500 votos. Su respuesta fue simple, váyanse tranquilos que ya todo está consumado, porque la ventaja que tengo no hay forma de variarla, dándonos la espalda para seguir celebrando con unos tragos exquisito para la ocasión.
Recuerdo que tomé a Isabel por un brazo y le dije: " Vámonos, que tú vas a ser diputado y éste lo más probable es que no sea Senador". El Puma ganó por 650 votos en el municipio de Río San Juan, los cuales si nos hubiera escuchado pudieron convertirse en 1000 votos de ventaja, que hubiera evitado una derrota tan frustrante por 150 votos de diferencia a nivel general, después de saborear tan de cerca el éxtasis de la victoria, la cual se esfumó teniendo como único responsable: El síndrome del triunfalismo.