Durante décadas, América Latina ha vivido en completa paz, sin conflictos de consideración, estabilidad política como pocas zonas del mundo, en fin, una región sin las terribles realidades de otras latitudes.
Podemos asegurar que los demás continentes envidian la paz que se respira en el llamado nuevo mundo.
Este largo periodo de paz no ha sido un regalo de nadie, sino que se ha debido a la determinación de su gente de olvidar la conflictividad que sean las cuestiones menudas del día a día.
No es que los americanos sean gentes cobardes; todo lo contrario, pues cuando se nos busca, se nos encuentra, para referir una expresión popular.
Sin embargo, la vuelta de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos ha alterado ese clima, pese a que él se autodefine abanderado de la paz, al extremo de hacer campaña para obtener ese galardón que otorga la Academia Sueca.
Su discurso se afinca en que ha eliminado varios conflictos armados y lucha para detener la guerra ruso-ucraniana, además que logró la firma de un acuerdo para detener la guerra entre Israel y Hamas, que no ha sido una guerra en el sentido clásico, sino una horrible masacre de la población civil en la Franja.
Ahora bien cabe la pregunta siguiente: ¿Si el presidente estadounidense tiene estas pretensiones de considerarse un adalid de la paz, cómo al mismo tiempo abre dos conflictos con países de su mismo continente que no son amenaza bélica para Estados Unidos?
La verdad que no entiende la lógica ni tampoco la razón para que Trump quiera alborotar militarmente a la región con su hostilidad hacia Colombia y Venezuela.
Todos reconocemos el derecho y hasta la obligación que tienen Trump y el Gobierno estadounidense para tratar de frenar el ingreso de drogas al territorio. En eso nadie puede estar en desacuerdo.
Pero la lucha contra el tráfico de drogas sería mucho más efectiva si se empezara por eliminar las conexiones internas que tienen los carteles a muy alto nivel.
Acabando con la altísima demanda interna y con golpes severos a las estructuras financieras que manejan el producto del narcotráfico, de seguro que los procesadores en Sudamérica dejarían el criminal negocio.