Te veo y te quiero mía, sólo mía y única para mi propiedad, aunque existan en el mundo
otras parecidas. Te quiero porque vives atenta a mi deber elemental de mantener cuerpo y
ánimo con todos los movimientos que sean necesarios. Te quiero porque me haces feliz tres veces cada día, cuando puntual complazco tus silenciosos llamados viscerales ante olores abstractos que anuncian sabores materiales. Te quiero y te regalo esta oda, querida Barriga mía, a pesar de que, tendido largo a largo en la cama, no me permites hacerle un guiño al dedo gordo de mi pie derecho, porque con tu presencia imponente sencillamente no me permites verlo.



