En los días que han pasado, he entrado en contacto con un amigo que se encuentra fuera del país. Ahora tiene un hijo en edad escolar, aprendiendo a leer y a sumar como tantos otros niños. Se puede apreciar claramente el esfuerzo diario que le toma entender una sílaba, en recordar que dos más dos son cuatro. Es increíble que ese mismo niño en unos años esté pasando su mirada por libros completos, o quizás se convierta en un ingeniero. Es extraño pensar que todos fuimos en un punto como ese mismo niño, y ahora somos mucho más. Sin ir más allá, ahora leen estas páginas de modo automático, sin pensar en el esfuerzo titánico que se debe hacer para leer una simple sílaba.
He pensado que si estudiar un poco cada día fuera un hábito que se tuviera enraizado desde temprana edad; las tareas de la universidad, el colegio y los cursos, no fueran ya una molestia, sino que formaría parte de nosotros el enfrentar el reto de aprender de manera agradecida, asumiendo desde un principio los objetivos que se desean alcanzar, en vez de enfocar esfuerzos en el tiempo que se va a gastar realizando cuál o qué tarea.
El conocimiento, las experiencias, incluso la necesidad de aprendizaje, son manifestaciones de nuestros hábitos. Dependiendo de cómo vivamos nuestro día a día, del orden que tengamos y la naturaleza de nuestras actividades, el tamaño de nuestra constancia nos condicionará a convertirnos en personas de más o menos éxitos. La organización centrada en leer o estudiar un poco cada día, aunque sea de forma distraída, es una herramienta que ayudará a todas aquellas personas que deseen convertir sus sueños en realidades, ya que con la práctica constante se perfeccionan los avances y se pulen los errores.
Como ejemplo a la ideal situación descrita arriba, se puede citar el ejemplo de las hormigas, que llevando cada una un trozo de alimento, una roca, conforman un refugio donde pueden seguir creciendo y desarrollándose. Hay que admirar la organización instintiva de los insectos, que no deja de ser increíble al ser algo natural. Quizás sí dejáramos de confundir bienestar con disfrute, volviendo la estabilidad el estado habitual de nuestra vida, tendríamos tiempo para el placer y la responsabilidad.
La meta de las personas de los presentes tiempos es convertir la constancia en algo instintivo e inherente a cada uno. El primer paso del éxito es condicionar nuestro cuerpo y mente a dar todo nuestro ser en cada diminuto paso, con igual pasión que la primera vez. De esa forma, nuestros sueños estarán más cerca y a nuestro alcance, un grano de arena al día.