Con una matrícula electoral que supera en números a 13 provincias de la República Dominicana, el dominicano en Nueva York se ha convertido en una fuerza electoral y en plaza apetecida por los aspirantes criollos a los diferentes cargos electivos en su país.
Y no es para menos, con ello buscan además de fondos para sus respectivas campañas, la influencia que estos ejercen entre los beneficiarios de las remesas que a modo de sustento de familiares y amigos envían diariamente al país.
Por eso no sorprende la campaña que a menudo llevan a cabo exhortándolos a sacar el documento electoral e inscribirse para votar, y para ello esgrimen el instrumento de la nostalgia; dicen que es la mejor forma de estar cerca de su país.
Buscan entusiasmo y convocatoria, y realmente no se sabe si podrán lograrlo. Y la razón es simple, desde antes de instaurarse el voto del dominicano en el exterior, esta comunidad no ha conocido una agenda política que realmente le beneficie. Por el contrario, todas las promesas se han basado en engaños y mentiras.
El peor de los ejemplos ha sido el cacareado logro del legislador del exterior, una figura política que en su primer intento ha resultado la peor inversión en la representatividad dominicana del exterior, pues la dejadez, ignorancia y haraganería de sus actuales titulares es harto conocida.
Desde hace años la comunidad dominicana en el exterior viene clamando a gritos que ante tantas necesidades y forzosas jornadas de trabajo producto del exilio económico al que han sido condenados, que sus representantes políticos creen leyes que al menos les garantice seguridad en sus bienes adquiridos.
Temas como el que el Estado le garantice que sus propiedades, tales como viviendas o terrenos, no sean robadas por delincuentes que al enterarse de que sus dueños residen fuera del país, se aprovechan de su ausencia y/o desprotección legislativa y usan cualquier artimaña para apoderarse ilegalmente de los mismos.
A esa terrible pesadilla se une la imposibilidad de llevar una mudanza o un vehículo más de una vez al momento de regreso, sin tomar en cuenta que el deterioro causado por el uso y el tiempo amerita una renovación al menos cada cinco años.
¿Y dónde queda el llamado de patriotismo a la hora de intentar que nuestros hijos nacidos aquí conserven sus raíces y adquieran la nacionalidad de sus padres, cuando es tan exorbitante el costo que conlleva la misma, contrario a Estados Unidos y otros países, donde esos costos económicos son prácticamente insignificantes?
Considero es tiempo de que en nuestro país se nos tome en cuenta, no solo para exprimirnos económicamente, sino que se elabore una política de estado ajustada a la agenda del dominicano en exterior.
Exhortamos a los partidos y sus candidatos a que vengan, que vengan en pos de nuestro apoyo, pero que traigan consigo una real y sincera agenda para la comunidad dominicana en el exterior.