Pocas cosas son tan indispensables para la permanencia de los seres vivos sobre la tierra como la existencia de los árboles. Un árbol además de ser el responsable de producir el oxígeno que respiramos, puede absorber hasta 22 kilos de dióxido de carbono, principal responsable de causar el fenómeno conocido como efecto invernadero.
Y como si no fuese suficiente con que los árboles nos brinden oxígeno para respirar y que se ocupen de mantener las temperaturas en niveles soportables, hay algunos que incluso pueden producir frutos, verduras, víveres, azúcares naturales, flores y hasta hojas que pueden ser utilizadas como remedios caseros o para elaborar medicamentos.
Cómo no mencionar que el árbol también funge como el hogar de centenas de especies animales que se refugian en su interior o se posan en sus ramas y hojas.
Sin embargo, durante el otoño las hojas del árbol maduran, se secan y luego caen al suelo a causa de los fuertes vientos propios de esta estación del año, en la que el árbol suele perder su verdor, sus frutos y no queda más que un tronco sostenido por sus propias raíces que a su vez sostiene decenas de ramas insípidas y poco atractivas.
Durante esta época, el árbol lo pierde prácticamente todo, pero se mantiene de pie valientemente porque sabe, que tarde o temprano las fuertes ventiscas del otoño y las bajas temperaturas del invierno, habrán de ceder para darle espacio a la colorida primavera, estación en la que recupera su verdor, vuelve a lucir hermoso, a producir frutos y a dar vida.
Este es un ciclo completamente natural que el árbol debe atravesar anualmente; pero a pesar del cual podría alcanzar a vivir cientos y cientos de años, porque el árbol nunca se rinde, atraviesa las temporadas difíciles con gallardía y se regenera cuantas veces sea necesario para volver a ser productivo.
Este fenómeno de la naturaleza es lo más parecido que puede haber al paso de los humanos por la vida, ya que si nos detenemos a pensar, la vida no es otra cosa que un conglomerado de estaciones y temporadas, algunas ventosas, insípidas y frías como el otoño y el invierno y otras coloridas, cálidas y productivas como la primavera y el verano.
Sé como el árbol, cuando estés en tus primaveras y en tus veranos, produce frutos, exhibe tu verdor y ayuda a los demás a vivir. Pero ten presente, que es normal que frecuentemente tengas que atravesar temporadas oscuras, frías y con mucho viento como el otoño y el invierno, durante las que deberás aferrarte a tus propias raíces para que los vientos y las bajas temperaturas no puedan derribarte.
Ten fe, que solo es cuestión de tiempo para que vuelva a florecer una nueva primavera, en la que de seguro volverás a ser productivo y útil.
Durante estas temporadas, así como en la primavera y el verano, también sé como el árbol, mantente firme y no te rindas.