Hay quienes acuden a la lectura de las Memorias de Giacomo Casanova buscando conocer el arte superficial de la conquista, y hasta quienes evocan al hombre en eternos líos falderos. Erróneamente, con esta actitud se pierden al filósofo, al hombre que a través de la carne femenina llevó a cabo la empresa de una filosofía del placer, pero que con ribetes más profundos.
Hay que reconocer que Giacomo Casanova es el hombre que dominó más que nadie el arte de encantar a las que encantan hombres-serpientes, que supo burlar a quienes ven en la castidad una virtud y no un estado espiritual que no choca en nada con los roces físicos que necesita el ser humano.
No es Casanova el Don Juan amargado, y vacío ante la mujer. Es el ser iluminado frente a los estertores de la carne. No tiene mayor compromiso Casanova que hacer feliz a la mujer que tiene enfrente, de ahí que ellas olfateen.
Nada más hay que leer cómo confiesa Casanova su conexión con Dios y lo que piensa sobre una oración diaria para darse que este hombre esta hecho de una extraña pasta. Es en medio del silencio de la oración que el conocido conquistador encuentra la lumbre que necesita su alma.
Hay quienes ven en Giacomo Casanova un simple libertino, y pierden de vista, que en este ser lo que prima, tanto en la danza que inauguran sus sentidos como en las andanzas carnales que mitifican su existencia, es la reflexión continua sobre el cuerpo, la reflexión llevada al extremo sobre los placeres que proporciona el contacto con el otro, para que no quede espacio a la mojigatería y a la hipocresía de una época.
En mi adolescencia yo también cometí el desatino de únicamente asociar el nombre de Casanova a las conquistas femeninas, y sobrevolé superficialmente sobre la calidad de un alma que buscó con afán el vértigo, un estremecimiento, una aventura que significaba un desplazamiento hacia cielos insospechados.
De ahí que hay que ver con pena a aquellos que acudan a los libros que se escriben sobre Giacomo Casanova en la búsqueda estúpida de una sarta de técnicas para conquistar mujeres. Oh he aquí elevan a la categoría de búsqueda pueril lo que debería emplearse a fondo para descubrir las zonas claroscuras del cuerpo y alma, las veleidades espirituales a que nos somete la carne femenina que tiembla.
A Casanova me lo imagino pasando sus últimos días en el castillo que le brindó su amigo para que escribiera sus memorias; me lo imagino riéndose de sus andanzas, rememorando sus conquistas, las estafas que hizo a inescrupulosos millonarios para seguir su rutilando triunfo hacia la cama, su perpetua conexión con la libertad y el vino.
A Casanova me lo imagino temblando con la pluma en la mano mientras dejaba caer sus recuerdos. Ah, cuánto se diferencia de muchos hombres actuales que se llevan las mujeres a la cama utilizando como única arma la inmunda cartera llena de papeletas, sin sospechar que una conquista de ese modo, es como exhibir con orgullo en una medalla encontrada.