Hubo un tiempo en que los emperadores romanos morían a puñal o veneno. Quienes mandaban vivían siempre cautos y temerosos de la hoja que brilla y que se hunde con destreza siniestra en los costados de la carne, aquellos que estaban en el trono desconfiaban de las comidas y las pócimas que les servían los criados a temor de que una vez ingurgitados pudieran caer haciendo convulsiones de manera instantánea, con la boca que pronunciaba discursos y mandaba a la horca, emanando entonces espumas. Era la forma de la conspiración, la políticamente correcta y a la mano para deshacerse del enemigo o ascender al poder, mediante la traición o la acción non sancta.
Fidel Castro, uno de los políticos que ha detentado más poder en el siglo pasado, también fue en cierto momento el personaje más codiciado para ser asesinado al estilo de puñal o veneno. Con él se inventaron las formas más creativas para tratar de acabar con su reinado. Desde venenos, atentados, el envío de mujeres para seducirlo y hacerlo trizas, la contratación de sicarios internacionales que no fallaban y cuya puntería era admirada por el Imperio, hasta tratar de conquistar a alguien que fuese de su entorno para que lo traicionara.
Para quienes iniciaban la revolución en Cuba, (asistida por la Unión Soviética) el instinto era mandar y cuidarse, pues se inauguraba algo nuevo. Para quienes adversaban (Estados Unidos) el deber era evitar que se expandiera lo que se iniciaba, que se prolongara en América Latina ese virus llamado Revolución o Comunismo. Así se inició una pugna, la correlación de fuerzas de dos ejes irreconciliables.
El siglo en que vivió y operó Fidel Castro inventó las más crueles dictaduras, las más creativas revoluciones, y también desarrolló las tecnologías y armas más audaces para la guerra política. El haber sobrevivido a ese tiempo, y haber visto desfilar a todos sus grandes enemigos de la cumbre a la tumba o el retiro, y el mantenerse en pie, tiene un mérito inconmensurable.
Fidel Castro tuvo la grandeza de contar con grandes enemigos, con aliados que supieron darle la mano. (La Unión Soviética) Pero abrazó la más grande de las gestas, la más difícil de todas: de saber quedarse solo, de empezar a aprender a operar cuando ya el mundo empezaba a dar visos que corría por otro lado, cuando la gran potencia amiga empezaba a auto-desmoronar un imperio que supo albergar con armonía al mujik (necesario para la tierra) y al hombre científico que trabajaba para la conquista del espacio.
Los grandes hombres mantienen una posición toda vida. Pienso en Adriano. En Mandela, y en Fidel, quien es el último de los hombres que nos recordó con qué tipo de tinta se escribe la genialidad política, y nos pone evocar con qué tipo de sangre se hace crecer y mantener las ideologías, esas necias apreciaciones de cómo se conduce un Estado.
A sus 84 años de edad, cumplidos y celebrados por el mundo entero, el anciano Fidel se mantiene de pie, la encorvez no le ha quitado esa mirada de fiera y de hombre que contempla siempre con fiereza, con mirada escrutadora. Al verdadero tigre de Bengala nunca le abandonan ni el salto ni sus hermosas rayas.
Todo ha cambiado, incluyendo el cuerpo y la voz vigorosa del hombre que en el 1959 hizo de la Sierra Maestra un lugar de luz, de renombre. La revolución, ahora comandada por otro de su propia estirpe y sangre donde no caben la doblez o la fisura, da visos de abrirse, y también de que ha envejecido. Los Estados Unidos, Europa, sufren convulsiones, el capitalismo deja ver sus grandes desigualdades.
El lobo solitario en que se ha convertido Fidel Castro contempla desde su estepa. De vez en cuando sale una reflexión, las más de las veces lo arropa el silencio y la soledad. ¿Qué más puede amparar y acompañar a un anciano que lo ha visto y vivido todo?
Fidel se hizo anciano de un día para otro, eso desde mi punto de vista muy personal. A aquel hombre alto, que pronunciaba largos discursos, aderezado con sabias reflexiones filosóficas y que se adueñaba de la tarima y del auditorio como pocos líderes mundiales, de un día para otro lo cercó la enfermedad y el tiempo, y lo convirtieron en un anciano.
Recuerdo el impacto que me provocó contemplar la fotografía del guerrillero en estado de ancianidad, con la mirada triste y cansada, observar a ese hombre llamado Fidel que se le escapó a los venenos de manos siniestras.
La luz proterva de los puñales traicioneros no pudo jamás ni tocar sus costados. La inventiva de sus enemigos falló con sus sicarios a sueldo. Pero hubo un enemigo que le ha hecho daño. El tiempo. El le ha quitado fuerzas, le ha obligado a traspasar el mando, o abandonar sus febriles discursos, le ha arrebatado esa ebria y bella hombría que exhibía en su eterno uniforme de guerrillero, le apagó una voz que no conoció el temblor y que ocultaba los temores bajo la sombra de la gorra verde.
La vejez de Castro me ha recordado la vejez de mi padre Luciano Tejera, cuando ya en las postrimerías me dijo: “Ya el cuerpo no me da, estoy cansado”. Es la vejez que se expresa cuando ya ve a la parca tocándole los talones, cuando sabe que el tiempo se agota, que los días están contados.
No hay dudas, Fidel Castro es hoy es un anciano. Pero lo venerable le arropa. El haber sido actuante y testigo de primer orden de un siglo le dan esa aureola de luz con que se despiden los grandes. Fidel morirá en su cama cuando pudo morir en la selva, Fidel morirá rodeado de afectos cuando pudo haber muerto en una cárcel o atravesado por una bala o un puñal. Fidel morirá pensando, reflexionado, acompañado por la lucidez, que es la última acompañante que requiere un caballero, un hombre de su calaña.
Repito: La última foto que vi de Fidel que se publicó, me sobrecogió. Encorvado por el tiempo, con el pelo más ralo y ya tocando esas blancuras de las más altas y enhiestas montañas, camina despacio, con la lentitud de quien sabe lo que le espera. Camina como si no quisiera llegar a abordar la Barca de Caronte, la última embarcación que se toma en la vida y en la que se recorre las aguas frías y procelosas que nos lleva hasta la muerte, sella los labios y apaga la luz de los ojos, para siempre, para siempre.
Eloy Alberto Tejera. Es escritor y periodista. Ha ganado varios premios literarios nacionales e internacionales. Es autor del best seller El Día que Balaguer Muera, y de los textos Fondo Negro (Premio de Poesía en República Dominicana), Jazz (Premio Universidad Autónoma de Santo Domingo), entre otros.