Después de haber acumulado una extraordinaria dosis de poder, Danilo Medina es hoy un hombre derrotado política y moralmente. En un tiempo se vio en la cúspide de un poderío que él, erróneamente, pensó duraría para siempre, y no quiso entender nunca que las bases de ese poder eran tan frágiles y efímeras como las lealtades de muchos de los hombres que una vez lo apoyaron y quienes, probablemente, encontrarán en él el único chivo expiatorio de la derrota del PLD. Danilo debió de haber aprendido esta lección en aquel discurso extremadamente laudatorio que Felucho Jiménez pronunció frente a Leonel Fernández y en el cual elevó al entonces candidato a la presidencia de la república a la categoría de un semidiós para luego separarse de él y decir que conocía la arrogancia de su ego.
La perspectiva del tiempo va permitiendo cada vez más hacer una evaluación del paso de Danilo Medina por la administración pública. Los historiadores del futuro no le negarán algunos logros que alcanzó durante los primeros cuatro años de su gestión gubernamental. En su segundo período, sin embargo, Danilo Medina sucumbió al demonio del poder, un demonio que, como la adicción a las drogas, exige dosis cada vez más altas hasta llevar a su víctima a la destrucción. Danilo Medina no resistió, como lo hizo Jesucristo, la tentación de este demonio que subyace agazapado en las profundidades de casi todos los hombres, y se dejó seducir de los halagos de él hasta convertirse en un autócrata que entregó dádivas a seguidores y familiares mientras el pueblo sufría penurias y miseria.
Hoy Danilo Medina es un hombre solo, en el estricto sentido político. Su caída no fue repentina, sin embargo, sino que ya venía dando indicios y signos que Danilo, llevando en su interior la solitaria del poder que le roía las entrañas, no quiso leer nunca. Los reveses empezaron a sucederse unos sobre otros, pero Danilo seguía impertérrito, con la ilusión de que su liderazgo se arraigaba cada vez más en el seno de un pueblo que, por el contrario, empezaba a despreciarlo.
En la teoría literaria existe una figura llamada ironía dramática que consiste en que el lector sabe algo que el personaje central de la obra no sabe. Así en un cuento como "El tonel del Amontillado, de Edgar Allan Poe, el lector está plenamente consciente de que Fortunato, uno de los dos personajes de la narración, está siendo llevado lentamente hacia un asesinato que él mismo no puede ver. De manera similar Danilo Medina, como el personaje central de un drama, no veía los signos de indicios que lo estaban conduciendo hacia una caída inminente. Mientras en su administración se agudizaba más la infección de la corrupción, Danilo la negaba tozudamente. Todo el pueblo veía cómo crecían las fortunas de funcionarios que habían llegado sin nada a sus cargos y que en poco tiempo hacían ostentación de cuantiosos bienes. Todo el pueblo veía cómo la familia del presidente recibía extraordinarios fondos para promover su figura, pero él lo negaba. Todo el mundo vio el despilfarro de dinero que se hacía en una institución superflua como la oficina de la primera dama del presidente, pero Danilo la justificaba. Y recientemente todo el mundo ha visto cómo las empresas del hermano de Danilo obtuvieron fácilmente del gobierno licitaciones que le permitieron acumular bienes materiales que han salido gracias a los reportajes investigativos de Nuria Piera y Alicia Ortega. ¿La respuesta de Danilo Medina a toda esta cadena de irregularidades y privilegios especiales para su familia y allegados?: "¿Pero cuál corrupción?".
Fue esta negativa la que empezó a erosionar las bases del poder de Danilo Medina hasta causar su estrepitosa caída. Ha resultado ser un mal perdedor que no tiene el coraje ni la gracia de conceder la victoria a su contrincante porque no quiere asistir a su toma de posesión. El hombre que dijo que al final de su mandato saldría a la calle con la frente en alto y con la satisfacción del deber cumplido se encierra ahora en sí mismo y no da la cara.
No puede culpar a nadie sino a sí mismo.