¿En qué cosa de la vida habré estado invirtiendo mi atención? ¿Cómo pude ser tan distraído? ¿Con qué me mantuve tan embelesado y fascinado, que no me percaté del momento en que le perdimos el respeto a la palabra “millones”?
¿Un dirigente del transporte público, alcalde de un municipio pequeño, declarando 1,079 millones en bienes, como si fuesen paja de coco? ¿Pero y cuándo fue que nos desprendimos de la capacidad de sorpresa? Por cierto, ¿se corresponde el exorbitante valor declarado de sus inmuebles con el valor catastral registrado en la Dirección General de Impuestos Internos? ¿Se tributó al Estado el correspondiente impuesto sobre el patrimonio inmobiliario? ¿Ese emporio se regularizó, de conformidad con la nueva ley 46-20, sobre Transparencia y Revalorización Patrimonial?
¿1,200 millones? ¿Una empresa de distribución de fármacos fundada en 2013 que, a penas 7 años después, le permite a su socio mayoritario exhibir acciones valoradas en RD$324,000,000? ¡Caramba! ¡Cuánta prosperidad!
¿Una ministra con 33 años de edad, sin antecedentes en el sector empresarial, con un patrimonio de 74 millones de pesos? Pero, ¿cómo? Si lo único que ella ha sido, antes que ministra, es directora del distrito municipal de La Guáyiga. ¿Heredó? ¿De donde fue que fluyó tanta liquidez para adquirir 3 inmuebles valorados en RD$ 20,000,000 durante los 2 años posteriores a su gestión de un Ayuntamiento?
Me quito el sombrero y me inclino reverente ante este inmaculado desempeño económico, ante tanta destreza en el manejo de las finanzas y ante tanta maestría en el acrecentamiento patrimonial. ¡Bravo!
¡Publiquen la fórmula, por favor!