De la izquierda en que nací y me crie en el ámbito político es mucho lo que puedo y tengo que criticar, sobre todo la manera triste y despojada de gloria como terminó su carrera política una parte de sus figuras más emblemáticas.
Sin embargo, en la cárcel, en el exilio y en la resistencia clandestina contra los gobiernos despóticos y represivos de Joaquín Balaguer, muchos fueron sus actos de heroísmo y verticalidad, motivando así a la integración temprana al proceso revolucionario a una nueva generación de activistas surgida posterior a la Guerra Patria del ’65.
Guiado por el ejemplo y la fuerza de la ideología abrazada, la cárcel, realidad muy cierta para entonces con toda su carga deshumanizante, nunca fue asumida como final de vida ni centro de abdicación. Esta pasaba a ser una nueva trinchera de lucha desde la cual era posible resistir y era posible contribuir al avance de los valores políticos y doctrinales defendidos y a la construcción de una sociedad de respeto a las libertades públicas y a los derechos democráticos y humanos esenciales.
Yo compartí celda con dos portaestandartes de esa militancia guiada “por un puro ideal” que entre ambos no llegaban a pesar 170 libras. Estos, apresados y rodeados por 7 u 8 policías que les conminaban a acostarse en el piso de la cárcel para torturarlos, decidieron iniciar lo inevitable golpeando al verdugo más cercano.
Hoy, mientras figuras representativas de las castas políticas corruptas del nuestro y otros países de la región buscan afanosamente autoexiliarse para disfrutar de sus cuantiosas y mal habidas fortunas, recuerdo como en el ayer el rechazo a la oferta formulada por la dictadura de asilo distinguió a líderes y militantes de izquierda, siendo el de Onelio Espaillat el caso más paradigmático de preferir morir en una mugrienta solitaria de la cárcel La Victoria que deambular como un sonámbulo por una bella calle parisina. Onelio deportado regresó al país con un ticket de avión de una vía y al ser detenido provocó en el mismo aeropuerto una trifulca inolvidable para que no lo desconectarán de la tierra de su amada Patria.
Cuando un noble ideal nutre la militancia política no se le teme ni a la muerte ni al sacrificio. Por el contrario, para quienes la política es un mecanismo para la acumulación ilegal de riquezas y el ascenso social la sola posibilidad de ser sentados en un banquillo de los acusados y de ser apresados, son razones mas que suficientes para arrancarse la vida.
En parte, esto último puede explicar el lamentable final que tuvo la vida del dirigente nacional del PLD Cesar Prieto. Su triste final tal vez fue acelerado por el tormento que en su alma generó la detención de figuras importantes de su partido asociadas a actos de corrupción y el temor a no poder justificar su desempeño durante la administración de Danilo Medina en áreas tan porosas a la corrupción como el Plan Social de la Presidencia y en la Superintendencia de Electricidad.
Su desempeño, en caso de haber cruzado la ética, pudo haber sido bajo la orden de un jefe superior al cual había que proteger por el silencio absoluto que solo la muerte brinda.