Cada vez que Mario Vargas Llosa, quien se ha dedicado a coleccionar nacionalidades como quien colecciona postalitas, tiene oportunidad de “cobrársela” al escritor argentino Jorge Luis Borges, lo hace. Hace unos meses publicó un artículo en el cual babeaba “mala leche” sobre la escritura del argentino que compite con Leonel Messi en lo referente a universalidad, veneración y tributo. Che, solo hace falta velas para completar con éxito la hagiografía de este escrito.
Vargas Llosa por obligación ha tenido que referirse a Borges, participar de una u otra forma en homenajes que impone la farándula literaria. En cambio el autor del Aleph desairaba a éste.
En una ocasión se refirió a él como un joven que fue a hacerle una entrevista y terminó fijándose en que había goteras en su casa, y en otra, cuando se le preguntó sobre si conocía al autor de “Elogio de la madrastra”, expresó: “A ese no le conozco”. Esta respuesta debió ser una puñalada al corazón del ego del peruano-español, que provocaría un brote más de rencor que de sangre. Si Borges fue líder de cofradías, que incluían la “elité” porteña: Silvina, Bioy Casares, Vargas Llosa es renovado líder de cafres intelectuales de derechas, tales como Montaner, Laje, Baily, Oppenheimer.
Hay roncha del peruano por el hecho de que el argentino jamás lo reconociera.
Pero no debería ponerse bravito ni hacer bembitas, pues Borges estaba acostumbrado a eso. Era el modus operandi de este escritor que trató siempre de hacer una apología del compadrito, que admiraba el uso que hacían estos de los cuchillos. Y esas respuestas en las que solazaba criticando la obra de otros, denostándola con picardía, eran parte de sus puñalitos literarios que clavaba con maestría.
Nada más hay que rescatar los juicios emitidos en torno a Gabriela Mistral, una superstición chilena, o a Rabindranath Tagore, un escritor mediocre, para darse cuenta de que esto era parte de la personalidad de un hombre que al usar la ironía no tenía miramientos.
¿Qué pensaría Borges del Nobel Vargas Llosa? ¿Acaso es Borges una superstición de la Argentina y lo que es peor, de la ironía?.
Quien se la supo cobrar a Borges fue su amigo Adolfo Bioy Casares. Hizo una labor que para muchos resultó traidora a la amistad. Pero que resultó ser una adenda demoledora a la biografía dulzona y oficial sobre el ciego. Una biografía que Bioy fue haciendo durante años y que consistía en ir anotando detalles de las conversaciones que sostenía en su casa con Borges.
Lo interesante es el comentario que hacía a espaldas de los escritores, los artistas, que generalmente pertenecía a la élite artística. Y claro, Borges se explayaba en comentarios nada favorables de estos. Cuando el libro fue publicado, la honorable viuda María Kodama lanzó el grito, y el cielo quedó pequeño.
A Bioy, Kodama lo definió como un cobarde. Pero anotar detalles por décadas es una proeza.
El libro es grande en lo físico. Casi aplasta. Y así aplastó en cierto sentido a un Borges que casi siempre nunca se tragaba los comentarios cáusticos que tenía de otros. ¿Cómo se habrá sentido mucha gente de la cual Borges no sentía un respeto por su obra, y que andaba prendiéndole velas y haciéndoles altar a un ciego que veía a leguas los defectos y las banalidades con que se movían ellos?.
Que Borges expresara sobre Vargas Llosa: “A ese no le conozco”, es una nimiedad en relación a lo que ha dicho de otros. Bienaventurados los que a decir se atreven, porque de los callados no será el reino de los cielos.
A fin de cuentas decir porteño y engreído es una cacofonía. Vargas Llosa puede seguir coleccionando nacionalidades, Borges lo que hizo fue coleccionar curiosidades, y hacerla literatura. Uno fue genio (el argentino), el otro buen escribidor y vedette. La revista Hola da constancia.
El autor es escritor.