Aquel sonido casi infragante que se discurre por el apacible río azulejo, en las praderas con un toque de multicolor. El sol radiante que infunde brío y calor. La brisa que difunde el frágil olor a tierra virgen, cual árbol frondoso que nadie toca sus frutos. El amigo carnoso que ofrece alimentos para vivir mejor. Que decir de ese monumento de hierro y cemento, por el cual transita todo transeúnte. Cenizas adheridas a rocas, con un toque de grises vapores. Aquí me encuentro en el centro donde quisiera estar, mirando alrededor y contemplando cada respiración que es sinónimo de vida.
La naturaleza misma se encarga de bendecirnos con sus entornos, de dar aliento al más alto peñasco. Enarbola la voz del cuidado, protección y compromiso; situando a cada ciudadano a un contexto sublime y delicado. Se manifiesta con increíble hermosura en toda su expresión, incrementando la vertiginosa tempestad causante de miles de improvisto.
Es imposible dejar de contemplar aquello que fue, que es y será. Con minuciosidad se recoge cada minuto tirado en la arena para reunir un tesoro escondido en cada creación perfecta hecha por el SER más PERFECTO. Aquello que pasa desapercibido para muchos puede ser el enigma oculto que tantos buscan, porque tan solo una hoja se encarga de refugiar a un insecto, y ese insecto es capaz de dar vida a otros tantos tan solo por un débil y verdoso órgano encargado de la transpiración y la fotosíntesis de las plantas.
Los ojos sobresaltan de majestuosidad, al observar cuan delicado fue diseñado el mundo, el ambiente con todo su contexto. Mirar al horizonte en busca de señal y visualizar allí un amarillento atardecer, eso es en realidad un cataclismo de emociones.
Te contemplo…