No se ha empezado a contabilizar el número de libros publicados relacionados a la pandemia, pero si alguien se anima, le recomiendo uno: “Bitácora del encierro”, de la escritora y poeta, Miriam Mejía, radicada desde hace décadas en la ciudad de Nueva York, y a quien, por supuesto vinculo inexorablemente a la nieve y a las causas hermosas y justas, aunque perdidas.
El texto encierra un propósito: recopilar impresiones y testimonios de personas que fueron afectadas por la pandemia. Pero, en la primera parte del libro, y esto es destacable, tiene textos de la autora, la cual hace despliegue de su oficio y amor por la palabra: aborda la crónica, el cuento, el relato, trata del haiku, y todo para darle una mirada al dolor y al acontecimiento que sacudió el mundo y que nos puso de rodilla, además de con boca y nariz tapadas por mucho tiempo.
En Bitácora del encierro uno rememora el drama de las morgues móviles, pone en perspectiva lo terrible ocurrido en Hart Island, donde enterraron por miles a seres humanos en fosas comunes. Pero a la par que sucedían acontecimientos que dieron pie a la solidaridad, a pensar que en un determinado momento se saldría de esa pesadilla.
Leyendo este libro se recoge el drama sicológico cuando en el mundo a las personas se les paró la respiración, cuando todos nos movimos con sigilo. En el texto de Miriam Mejía merodea este aire, se hace extensa esa capa de duelo que se expresó de forma tan elocuente en rostros desencajados, en miradas perdidas.
¿Sirve escribir como terapia? Quienes se animaron a colaborar con Miriam para darle forma a este libro, deben tener la respuesta. Ellos pueden esgrimir el mejor de los argumentos. En ocasiones la literatura y la palabra sirven para atrapar momentos, Mejía Campos demuestra también que para capturar o explicar episodios siniestros, dolorosos.
Es honesta y clara: “este esfuerzo nació del asombro alucinante de todo lo que nos ha tocado vivir como resultado de la pandemia”.
Llama la atención que, cada quien cuente su historia, y en este sentido cada quien se inserta en su drama, y lo cuenta dándole el toque humano imprescindible. Aquí no importa la floritura, el estilo, la calidad literaria, sino la honestidad de fluir en lo que se cuenta, la sinceridad en seguir la escala de dolor e incertidumbre creada por una pandemia que aún hoy deja una secuela horrible.
Una lección que me deja el libro de Miriam, y la pandemia, es que los descamisados -como siempre- les tocó la peor parte y en la era post pandémica sigue la historia. Entre los testimonios que me impactan, quedan los de: Sara Pérez, Jesús Díaz, Samira Almonte, y Yildalina Tatem Brache.
Las fotos de la contraportada de la autora: una con mascarilla, y otra sin ella, recuerda la duplicidad de las políticas aplicadas. Yo, me arriesgo a decir que a pesar del glosario críptico que se amasa del libro: morgue, mascarilla, intubado, aislamiento, también solidaridad debe incluirse en el listado.
Queda el sabor acre, y gracias a la amiga Miriam, un texto ejemplar, ya que fue levantado en medio del dolor, la muerte y la incertidumbre, que no son poca cosa.