Estoy seguro de que si Juan Pablo Duarte no hubiera dicho aquello de "…o se hunde la isla"
(sin negociar con los reyes de España, sin un acuerdo deshonroso con uno que otro
incipiente acreedor de la banca europea y sin negociar la bahía de Samaná con un posible
futuro imperio); de no haberse rebelado contra el stablishment (¿cómo vino a ocurrírsele
hablar de justicia social, de igualdad, de patria generosa para todos sus hijos?); de no haber
sido tan bueno y tan patriota; de haber sido un buen "político" (en el peor sentido de la
palabra), seguramente que todos los días del año, y no sólo en su nacimiento y muerte,
recordaríamos a Juan Pablo Duarte.
