Un ejecutivo que incursionaba en múltiples negocios, desde que amanecía siempre iba de prisa, como en una carrera en contra del tiempo. Se levantaba antes que el sol, se tomaba el café sin saborearlo, se vestía mientras respondía mensajes y salía a la calle sin despedirse de su esposa e hijos,
Sus pensamientos se adelantaban a la hora, su reloj era su amo, su agenda su dictador y aun cuando tenía algunos minutos libres, lo llenaba con algo del trabajo, ya que no sabía estar quieto, porque le temía al vacío como a una enfermedad. La soledad le producía una gran ansiedad y un miedo terrible.
Los que lo rodeaban lo veían como una persona muy exitosa, felicitándolo siempre por su capacidad de trabajo y exquisita eficiencia. Él sonreía a los halagos, pero sin que nadie supiera que lo hacía con los labios apretados y una fuerte presión en el pecho.
El ejecutivo “exitoso”, dormía poco, reía menos, sentía siempre como si alguien lo persiguiera sin tregua, olvidándose de respirar profundamente. En ocasiones los latidos del corazón aumentaban sin razón aparente, las migrañas le asaltaban, pero no le era posible relajarse y sentir la quietud del alma para soltar la presión.
Un día, mientras corría para llegar a tiempo a una reunión, se encontró con una persona de avanzada edad sentado en un banco bajo la sombra de un árbol. El señor lucía tranquilo, sereno, como quien escucha una música lejana mirando el cielo.
El ejecutivo al cruzar por su lado, apurado pero curioso, le pregunta. Por qué está usted aquí sin hacer nada?. Este lo miró y con una sonrisa en los labios le devolvió la pregunta: Y tú por qué vas tan rápido?. A donde crees que tienes que llegar?. A cumplir mis compromisos y a aprovechar el tiempo le contesta el ejecutivo.
El señor asiente levemente y le dice: "Yo también corrí mucho en mi juventud y un día descubrí que el tiempo no se deja atrapar. Que la vida no es una carrera, sino un camino, y que ir tan de prisa te hace pasar de largo los paisajes más bellos".
El hombre al oír estas palabras, mira su reloj, llegaría tarde, aunque por primera vez duda si eso importaba tanto. El anciano con un gesto suave lo invita a sentarse a su lado y le dice: "Has notado que los árboles no corren y sin embargo crecen. Que el río fluye sin prisa, pero nunca se detiene".
Luego con una voz pausada pero firme le reitera: "El secreto no está en hacer más, sino en estar más presente, el asunto no es de velocidad, sino de profundidad". Al oír estas palabras nacidas de la sabiduría, el hombre se quedó en silencio y por primera vez en mucho tiempo, sintió su respiración.
Se quedó un largo rato con el señor, conversando sobre todo y sobre nada en particular, no llegó a la reunión, pero comenzó el trayecto para llegar a sí mismo.
ENSEÑANZA:
Este relato nos muestra que la prisa es una forma de huida, es no querer encontrarnos con nosotros mismos, lo que nos lleva a una desconexión con nuestro ser interior. Optamos por estar siempre ocupados, para no tener que lidiar con nuestros demonios mentales, con la ansiedad y las preocupaciones.
No entendemos que la clave para ser feliz, es vivir en el ahora, no en el pasado ni el futuro, la imaginación nos lleva a adelantarnos al tiempo y sufrir por cosas que no han pasado y quizás nunca ocurran. Además, nos dejamos atrapar por la memoria, que nos traslada al pasado, para revivir acontecimientos que nos causan dolor y producen tristeza.
En la existencia hay que estar enfocados y marchar con un propósito, dándole sentido a lo que hacemos, pero sin dejar de disfrutar el trayecto. La prisa, la vida rápida por obtener cosas materiales, por lo general nos impide observar la belleza de la naturaleza y disfrutar de las cosas simples de la vida.