La Semana Santa era para los niños del pasado ya remoto mucho más que rezar: Era
marotear en finca ajena, sin pedir permiso (“¡Tú verás el lunes que viene!”)…Pelear con
el niño del vecino (“¡Prepárate para el lunes!”)…Bañarse en el peligroso rio (“¡El lunes
no te salva nadie!”)…Robar los caramelos a la ofrenda del altar (“¡Eso lo vas a pagar el
lunes!”)… Negarse a dormir temprano (“¡No te apures, que el lunes te duermes a la
siete!”)…En fin, tal como lo recordamos nosotros, los niños de los años cincuenta, la
impunidad de cada inolvidable Semana Santa terminaba a correazo limpio después del
domingo de la Resurrección.
