Por mandato de la ley 137-11, orgánica del Tribunal Constitucional y de los procedimientos constitucionales, 4 magistrados de este órgano fueron sustituidos por el Consejo Nacional de la Magistratura, tras expirar el período de 9 años para el que fueron designados.
Entre los magistrados sustituidos, se encuentra la doctora Ana Isabel Bonilla Hernández; tengo el gran honor de ser oriundo del mismo municipio que la magistrada Isabel y, el honor todavía más grande, de haber integrado su equipo de letrados durante parte de su período.
El paso de Isabel Bonilla por el Tribunal Constitucional debe ser motivo de orgullo para todos los riosanjuaneros, la comunidad jurídica y, en especial, para las mujeres; y digo en especial las mujeres porque, mediante la tarea que le fue encomendada, de promover y salvaguardar la vida en constitucionalidad, Isabel encontró la forma de promover una cultura de igualdad, tanto en derechos como en trato igualitario ante la sociedad para las mujeres.
En general, creo que Isabel hizo grandes aportes a la consolidación del Estado social y democrático de derecho. Su sensibilidad humana y extrema empatía fueron los motores que siempre guiaron sus férreas convicciones. No siempre luchar por lo que ella creía resultaba sencillo, ni contaba con la mayoría requerida para que su convicción se convirtiese en una sentencia; no obstante, créanme, jamás de los jamases hubo cosa alguna que la doblegara.
Una característica especial que tenía el despacho de Isabel es que fue un albergue de profesionales del municipio de Río San Juan, en donde muchos, incluyéndome, tuvimos la oportunidad de crecer profesionalmente y de disfrutar de un empleo digno con ventajas y privilegios muy por encima de la media en el mercado laboral. Pero eso no es todo, otra particularidad es que todo el que formó parte del equipo de Isabel, formó antes parte de sus afectos. Ella siempre me decía que su visión no era rodearse de subordinados cualesquiera, sino contar con allegados que le ayudasen a realizar su trabajo en un ambiente de confraternidad y confianza, como si fuésemos una familia.
Estoy seguro que haberse rodeado de amigos genuinos contribuyó a reducir al mínimo posible la carga emocional que habrá implicado para ella su salida del TC, porque, sencillamente, quienes la acompañaron en este viaje de 9 años fueron personas que la amaban antes del cargo, la amaron durante el cargo y, desde luego, la seguirán amando ahora que el “magistrada” se desvanece de su nombre.
Para culminar, quiero decirle, magistrada, que la identifico como un importantísimo agente de cambio en mi vida, que albergo en mis recuerdos, con un enorme sentimiento de gratitud, cada cosa que hizo por mi, hasta la más mínima. Haberla acompañado durante parte de su período me proveyó de valiosas enseñanzas y de una formidable experiencia laboral, que hicieron de mi una mejor persona y profesional. Cada vez que tengo la oportunidad siempre expreso con orgullo que yo fui letrado de Isabel, y lo seguiré haciendo.
Puede irse tranquila, magistrada, con la satisfacción del deber cumplido y la paz en el alma de no haber atropellado a nadie en el ejercicio de sus funciones. Cuando se escriba la historia de nuestra todavía joven jurisdicción constitucional, será imposible omitir su nombre, su entereza y el legado de amor que deja atrás.
¡Mi gratitud eterna!