Si es cierto aquello de que uno es la reencarnación de quién sabe cuántos, y que reencarnaré en otros quién sabe dónde,
me gustaría ser, en mi próxima vida, un perro callejero. Se ahorra uno las preocupaciones del salario, asistir a las urnas y/o hacer una revolución cada dos generaciones, pagar casa, transporte, diversiones, servicios de salud y precio cada vez más altos, alcanzar la felicidad del amor con demasiados trámites y promesas… (En fin, ser perro callejero es un gran salto reivindicativo, aunque haya que pagar el precio de cargar unas cuantas pulgas y soportar de vez en cuando un par de mentadas de madre).
