Quien me conoce y me ve a diario, ve en mi cara y mis actuaciones felicidad.
Cuando estoy rodeado de personas irradio alegría. Sonrío a todos y a todos trato de hacerlos sentir alegre.
Me encanta el calor humano y la presencia de un amigo, algún conocido o un familiar me hacen olvidar de los problemas de salud de mi padre.
En los últimos meses mi vida es otra historia. Muchas cosas se me han juntado y muchas cosas me hacen falta.
Vivo en la casa familiar donde crecí, y al llegar encuentro los espacios vacios de mi familia y muchos amigos que se criaron y vivieron aquí conmigo.
En la cocina ya no están esos calderos humeantes que preparaba mamá y que siempre me esperaban al llegar a casa.
En la mesa grande de la sala, solo queda la ausencia de los gritos y las risas de mis hermanos que sólo paraban ante la voz amenazante de mi madre dando alguna orden, o cuando mi padre nos ofrecía una cucharada de sus alimentos, del cual todos queríamos probar.
Hoy no es así, y en las noches me envuelve el frío de sus ausencias y mi cabeza se hunde en la almohada y mi corazón se hunde en el pesar.
Hoy, rodeado de gente, vivo en soledad, y los pensamientos de los tantos momentos alegres al lado de mi padre son mis únicos compañeros.
A ratos quisiera estar a su lado y voy junto a él. Sin embargo, me entristece no verlo lleno de salud, como en aquellos años cuando él cuidaba de mi y todos mis hermanos, y formábamos una alegre y feliz familia.
Mi padre siempre ha luchado por una familia unida y al hoy no ser así, me deja un sabor agridulce. ¿Dónde está su esfuerzo, por lo que él tanto luchó? ¿En qué falló?.
Su lucha a diario ha sido por darle una mejor vida a cada uno de los miembros de su familia.
Dejó atrás el pueblo que lo vio nacer para emigrar a estas tierras. Desde esa fecha, 1957, su patria ha sido República Dominicana y su familia hemos sido sus hijos.
Hoy como hijo, reconozco su sacrificio y lo admiro más cada día por todos los días que me toque vivir.
Siempre me ha dicho: “Hijo eres y padre serás”… Hoy mi corazón está lleno de orgullo y reconozco y le agradezco su ejemplar formación que me ha dado como hombre.
Siempre ha querido más de mí. Él no ha fallado, quien ha fallado soy yo. Perdóname padre.
Quiero decirle que en estos momentos que él me necesita no estará solo. Yo estaré para mí padre siempre, porque él siempre ha estado para mí. Gracias por todo lo que me has dado. Todo te lo debo a Tí.
Hoy sólo le pido a Dios que le conceda un poco de salud para vivir los días que le tiene reservado.
Gracias a todos los que se han preocupado por su salud y a los que lo han puesto en sus oraciones. Gracias.