La tarde de ayer me hace reiterar que este país es bueno y te atrapa irremediablemente entre sus muros de agua por muchas cosas: porque su gente juega dominó en medio de las más radicales batallas ciudadanas; porque el chicharrón de Villa Mella no puede ser igualado por ningún fast food; porque somos pocos y en toda familia ajena siempre tenemos un enllave, un primo o un cuñado; porque el concón con salsa de habichuela es una vaina del carajo; porque no hay mediodía que no valga una siesta. Pero, por encima de todo eso, hay algo que hace de este país un lugar fantástico: la lluvia con su olor a tierra que, como siempre, ayer me dejó alucinado.
