Que un tipo como el siniestro Johnny Abbes hable, es como que una cloaca respire. Y en esa empresa se embarcó el poeta y escritor Tony Raful al abordar a un personaje de esa calaña. Abbes, no solo representó la mano oscura del régimen de Rafael Leónidas Trujillo, sino que fue la garra ejecutante de los episodios de un régimen que arrastró espíritus y cadáveres por más de tres décadas.
Johnny Abbes García ¡Vivo, suelto y sin expediente” es un libro escrito por alguien que se decanta por el gusto de la historia y también por el lado psicológico y los meandros secretos del alma del personaje. De ahí que Raful, en su función de novelista, haga acopio de datos y use referencias históricas casi exactas, de un personaje que ayudó a oscurecer el trujillato.
El autor parte del yo de Abbes; hace que Abbes escriba su autobiografía, que vomite lo purulento de él, y lo de su entorno. Lo empuja hacia esa impostura salvaje de que cuente su vida, a partir de cero, atravesando en ocasiones un riachuelo bravo de crímenes y de sangre, y en la mayoría de los casos, de vanas justificaciones y hasta de un interesante suspenso. Y no es fortuito que uno se lo imagine cual canoso canalla, imbuido en esos ociosos quehaceres escriturales, con sombrero de fieltro, fotografía de Trujillo al fondo y artríticos dedos rememorando fechorías.
Hasta calcando la realidad el copista la viola. Lo mismo sucede con el literato, biógrafo o novelista, que hasta ciñéndose al dato, lo traspasa, pisa la ficción, crea elementos nuevos. Raful en su novela sufre y padece de ese síntoma creativo. La realidad la convierte en ficción, al hablar de la realidad trastoca el pasado y el presente. Y sin duda hay pericia en cómo pone hablar el personaje, en el manejo del dato histórico, en la pincelada de ficción que da a la canvas de la narración.
La maldad ocupa la cresta en la historia política del país, y la bondad, un asiento trasero. Abbes, Pedro Santana, Balaguer, y como colofón, Abbes, dan lustre a esta teoría. Tony Raful llegó a un buen nivel artístico y de profundidad en su texto. La cronología del asesinato del presidente Castillo Armas, de Guatemala, tiene ribetes de buen suspenso. ¿Está vivo Abbes? Eso se pone en tela de juicio. Pero no está muerta, la maldad que él representa.
Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcernar, uno lo lee y establece que está ante una obra donde se ha consumado el estado del arte. El personaje trasciende lo biográfico, y se inserta con éxito en el mundo de la ficción. Estableciendo el parangón, al leer la “autobiografía o memorias de Abbes”, de Tony Raful, concluyo que ha conseguido pisotear la chatura a la que el historiador se encorseta. Rozó de manera certera el interior del personaje, se apoltronó en la fantasía de lo que éste pensaba del mundo. Hay una parte de la novela que transmite la frialdad del personaje, y ahí uno descubre cómo Raful interpreta magistralmente el espíritu del criminal: “Trasladamos a Marrero ya muerto junto a su chofer Luis Concepción, a quien ordenamos ahorcar”…
No es lo mismo biografiar a Nerón o a Calígula que a Adriano. Se sabe que la maldad tiene sus atractivos. Un perenne encanto. Pero sorprende que el autor Raful haya captado la frialdad del personaje. Habla de muerte como comerse un sándwich en barra Payán.
Hay quien lee a Giacomo Casanova y cree que se encontrará un libro pletórico de bellaquerías sensuales, por igual lee la memoria de Abbes, y cree que se topará nadando en un río de sangre. En ambos casos, falla la lógica, y gana la ficción, el género histórico, autobiográfico, como el mismo vivir (el más oscuro de los géneros).
Vivos, sueltos y sin expedientes, al igual que Abbes, por ahí andan muchos a pesar de tener en su alforja un fardo de tropelías. Abbes, de Raful, tiene actualidad, como la maldad del poder, como la truhanería de quien en el poder se enquista. “Johnny” tuvo más suerte que su jefe que terminó hediendo en el baúl de un auto, mientras él, terminó eternizándose en el imaginario de las leyendas, pues nunca llegó a abrazar oficialmente la muerte. Raful lo sabe, y ésta es una forma de perseguir a un hombre al que la maldad y lo protervo atravesaban.