Nueva York.- Todos sabemos que el día más claro llueve, pero Juana Lomi lo confi rmó aquella mañana soleada, transparente y fresca, desayunando trocitos de piña, conversando con un policía. La paramédico dominicana narró lo que aún sigue vivo en su memoria.
“Un silbido agudo y penetrante nos dejó sordos, sentimos un gran estruendo, como que se estremeció todo, luego el estallido”. Corrieron dos cuadras y vieron una de las torres gemelas en llamas; el primer avión la había impactado.
Juana salió de Restauración, Dajabón, a los ocho años, y fue la primera socorrista en las torres gemelas, la que más vidas salvo. “Me tomó menos de un minuto llegar”.
A las 8:47 de la mañana, martes 11 de septiembre del 2001, ella estaba en el centro de la Zona Cero.
“Estoy pensando en la logística de bajar 400 cadáveres del avión que se estrelló allá arriba”, recuerda Juana en entrevista exclusiva con Listin Diario. Y sus pensamientos fueron interrumpidos por una multitud que salía despavorida del edifi cio, con rasguños y algunas quemaduras ligeras. “A esos los mandé a que caminaran al hospital”, el New York Downtown Hospital, donde ella trabaja, a pocas cuadras del lugar.
“Manejando esa situación escuché el mismo silbidozumbido ensordecedor de las turbinas, y la inmensa sombra del otro avión me pasó por encima, me tire al piso cubriéndome la cabeza. De nuevo el estruendo, todo se estremeció otra vez, y el estallido.
Comenzaron a llover escombros pequeñísimos, pero cuando impactaban mi casco protector sonaban como martillazos, se sentían como balazos por la velocidad con la que caían”.
Se levantó indicándole a la gente rutas de salida, pensando en el problema de bajar 800 cadáveres de los pasajeros de ambos aviones. “Nunca se me ocurrió que el edifi cio se caería”.
La única mujer
Siguiendo el “haz bien y no mires a quién”, Juana no siempre se fi jaba en la cara de sus rescatados, aunque ellos ven claramente quien los rescata.
Ella recuerda más ciertos aspectos del rescate y la condición del rescatado.
“Un señor salió agarrándose el pecho con el dolor refl ejado en los ojos. Colapsó frente a mi y cuando le busqué el pulso no lo encontré. Murió y ahí lo dejé. Venía otro caminando lentamente, cuando lo fui a ayudar, cuando lo empujé para subirlo en la ambulancia, me quedé con toda la piel de su espalda untada en las manos; estaba muy quemado”.
“Cuando miré arriba, era una verdadera lluvia, llovía gente del cielo, saltaban de las torres, caían a mi lado con ese golpe sordo, seco, caían por todos lados. Vi unos saltar envueltos en llamas, otros como rezando, y vi a una pareja saltar y reventar contra el piso agarrados de la mano”. Escogieron saltar a la muerte antes que morir quemados.
Escuchó estruendos y estallidos, miró arriba, la torre comenzaba a derrumbarse.
Todos vimos la escena de los bomberos y socorristas huyendo hacia un edifi cio envuelto en llamas y una nube de humo negro. En ese grupo, Juana era la única mujer.
“Corrí hacia el edifi cio a sacar gente, con todo esto oscuro, cubierto por un humo denso y negro. Saqué tanta gente, que metía entre 10 y 12 personas en una ambulancia, cuando lo normal es que nunca pasen de dos. Ahí respire mucha fi bra de vidrio”, recuerda.
“El edifi cio comenzó a explotar desde arriba, huí de manera instintiva a la estación del tren, una multitud huyó detrás de mí y me cayó encima muchísima gente, cuando escuché un sonido estruendoso y todo se puso oscuro”.
Una plancha de acero cayó de la torre, sellando la entrada de la estación”.
Tenían una sola salida, los túneles soterrados del tren.
Como era la única persona con uniforme que inspiraba respeto y autoridad, Juana se levantó como pudo, adolorida por toda la gente que tenía encima. Ordenó que bajaran del andén a los rieles del tren, formando una cadena, tomados de las manos, pegando las espaldas a la pared. Así avanzaron; ella los dirigió hacia una salida varias cuadras al norte.
Al fi nal la rescataron sus compañeros de trabajo, perdida bajo la oscuridad, a las 7 de la noche.
SHOCK “ESTO NO ES VERDAD”
En la estación de Church & Chambers Street, emergieron de los túneles, subieron a la calle, pero Juana perdió el balance, y cayó en un estado delirante. “Todo estaba oscuro, bien oscuro, no se veía nada.
Decidí que nada de esto era verdad, no podia recordar qué ocurrió o cómo ocurrió, pero sabía que no era de noche”.
“Nadie lloró ni habló. Todos seguíamos tomados de las manos que nos agarraron en los túneles del tren, mirándonos el rostro por primera vez y en silencio por unos instantes”.
“Estábamos agarrados blancos, morenos, todos. No había negros ni blancos, ni latinos, ni hombres ni mujeres, ni ricos ni pobres, ni jefes ni subalternos, todos éramos iguales, compartíamos el dolor, la tragedia, la esperanza, todos éramos uno.
“Creí que tiraron la bomba atómica y nosotros somos los sobrevivientes”.
“ESTO NO ACABA”
Caía la tarde, “cuando el viento disipó el humo, aquello parecía un campo devastado por la guerra, sin agua, luz, teléfono ni nada”. A Juana se le armó un terrible conflicto interno. Tenía sed, mucha sed, pero creía que la sedarían con el agua y no bebió nada. “Todos me decían que el mundo seguía, que no hubo bomba atómica, que todo estaría bien, pero yo no lo creía, en el hospital querían sedarme para que me tranquilizara, pero no podía”.
En la madrugada la mandaron a llevar un paciente al Cornell University en New Jersey.
Subió a buscar el paciente y cuando el sujeto la vió, estalló en sollozos, alabanzas y gracias a Dios. “Usted no me vio la cara, estaba muy ocupada rescatándome, pero yo vi el rostro de la persona que Dios mandó a rescatarme. Fue mi espalda quemada la que se le pegó en las manos cuando me ayudaba a subir a la ambulancia. Usted me salvo la vida”.
EL ROSTRO DEL RESCATE
Juana Lomi es una mulata dominicana con mucho orégano en su tonalidad de piel, como el buen chivo liniero. En el fondo de sus ojos, que han visto tantas cosas, convergen el amor, la solidaridad, tristeza, la compasión y la esperanza.
En el Time Warmer Building de Columbus Circle, se montó la exposición “Rostros del 9-11”.
Fotografías de Juana adornaban la entrada de la muestra, conmemorando el décimo aniversario de la tragedia. Ella fue la cara que más personas recuerdan por haberlas rescatado.
Y donó el uso de su imagen para recaudar fondos para obras de bien social.
Juana quiso ser monja, cuando niña, porque esas eran las únicas mujeres que se daban vuelta ayudando a la gente.