La percepción generalizada que existe en la población es que todo el que va a la administración pública es un corrupto. Y hasta cierto punto no dejan de tener razón, aunque en esto paguen justos por pecadores, ya que la práctica es que un amplio segmento de los funcionarios públicos incurre en ese delito.
Lo que la gran mayoría no entiende es que una cosa es el sistema, el establishment y otra el partido que en un momento determinado administre el Estado y que ejerza el " poder". Son dos cosas totalmente diferentes, porque el sistema no cambia, lo que se alternan son los actores.
Vivimos en un sistema capitalista, manejado por una oligarquía rancia, una burguesía ambiciosa, un poder fáctico; así como un estamento supra estatal, manejado por la Embajada Americana. Esos estamentos de poder en realidad son los que al final tienen la última palabra en las decisiones sobre este tema.
En muchas ocasiones, simplemente se manejan para calmar la sed de sangre y la ansiedad del morbo popular, ofreciendo para ello algún tipo de circo, que por el momento entretenga a los espectadores, como hacían los emperadores romanos, con los combates de gladiadores en sus famosos coliseos.
Es muy probable que para calmar a la población y la sociedad civil, se sacrifiquen algunos funcionarios, tomados como chivos expiatorios. La presión obligará a que se haga algún tipo de ofrenda para calmar los ánimos, es lo que siempre se ha hecho y quien no lo entienda, que dedique algún tiempo a leer la historia reciente, porque otros no tendrán que hacerlo, ya que vivieron en carne propia esa experiencia.
Ojalá que el gobierno presidido por Luis Abinader llegue más lejos que los anteriores y se atreva a dar un golpe real a los que se pasaron de contentos en la administración pasada. Eso sería positivo y dentro de lo que le permita el sistema, sería un buen precedente para sus propios funcionarios.
Ojalá que en esta cruzada en contra de la corrupción, no haya corruptos preferidos y se aseste un golpe fulminante a este mal que corroe nuestra sociedad. Ojalá que todo aquel que haya usado los recursos públicos para su beneficio particular, pague por ello como manda la ley y exige la sociedad.
Se puede ser funcionario público y hacerlo con honestidad, con pulcritud, con decencia y con vocación de servicios. Los hay así y quizás sean la mayoría, pero esos pocos que ven el Estado como un botín para saciar sus ansias desproporcionados y egoístas, simplemente afectan la imagen de todos los que ejercen en un momento determinado con honestidad una función pública.
Es triste decirlo, pero en nuestro País, la corrupción se ha convertido en endémica, por lo que el tratamiento debe ser el apropiado, no el que alivia, sino el que sana. Esperemos a ver qué pasa con la CORRUPCION EN TIEMPOS DE ABINADER.