Hace unos días, una de las figuras más celebradas del establecimiento femenil español, la señora Yolanda Díaz, armó un demencial alboroto, luego de un periodista explayarse en galantería, cuando la ofendida daba declaraciones a la prensa, en Madrid.
“Cada día estás más guapa”, le dijo el pobre hombre, asumiendo que estaba en presencia de una real dama y no de un monstruo envalentonado por el poder que concede el nuevo paradigma que hace de la galantería un cuerpo de delito.
La señora acusó de machista al destinatario de su ira, e incluso amenazó con pasar a mayor.
Es decir, al menos en España, están penados los piropos; al menos en España, esa pretendida expresión de dulzura que hace de un halago varonil una pieza útil del intercambio entre opuestos, resulta poco menos que un elemento que puede servir para el Ministerio Público.
Desde los lejanos días de Publio Ovidio y su Arte de amar, el piropo ha formado parte de las armas más utilizadas por los hombres para conquistar a las mujeres.
Para la ofendida, el poeta Oviedo dejó una receta que a lo major el periodista “machista y ofensor” desconoce, aunque luego del destape de doña Yolanda habrá de cuidarse, no vaya a ser que empeore su situación.
En el Libro Segundo, Ovidio aconseja, a la distancia de más de 3,000 años, al desdichado y frustrado galán:
“Si preguntáis cuánto tiempo se ha de quejar la injuriada, sea breve, porque no crezca el enojo con la lenta tardanza. Ceñid luego con los brazos su cándido cuello; estrechad con vuestro pecho a la llorosa; besad a la llorosa…hará la paz; de este único modo se desarma a la llorosa…”.
Sin embargo, ha de imaginarse si con un simple piropo, Yolanda armó semejante tremolina, ¿de qué no sería capaz si el “machista” tratase de acercarse a ella?
En estos predios caribeños, el piropo se niega a morir, aunque cada día sean menos las féminas que se sientan atraídas por las lindas palabras que eleven sus encantos.
Y con las reacciones que influyen esos aires de “táctica defensiva” de las damas, imagino que hasta el mismo Oviedo se habría andado con sumo cuidado, y probablemente la humanidad se habría perdido la lectura de sus composiciones. ¡Que viva el piropo por encima de las yolandas!