Cuando uno echa la mirada dos siglos atrás y ve a todos esos señores de grandes bigotes y barba bien cuidada, reloj de leontina, sombrero de copa, botas con polainas y un discurso republicano para salvar a una patria que, según parece, siempre ha estado en peligrosos trances (como una mujer disputada por sus peores amantes), se resiste a aceptar que hoy, cuando ya pasaron de moda bigotes, barbas y polainas, y los discursos patrióticos se esparcen por las ondas hertzianas, la patria sigue teniendo el mismo tipo de amantes y resulta cada vez más difícil salvarla, porque han hecho que descienda a hacer esquina precisamente en la Duarte.
