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Laclau aplatanado

Laclau aplatanado

14 febrero 2015 Eduardo Jorge Prats Opiniones

Eduardo Jorge Prats

Eduardo Jorge Prats

Los defensores locales del populismo están de risitas. Dos noticias son causa de esta inocultable alegría. La primera: el ascenso de Podemos en España y Syriza en Grecia le da impulso y legitimidad internacional a unos movimientos cuyos principales referentes regionales –la Venezuela de Maduro y la Argentina de Cristina Fernández de Kirchner- se hunden paulatinamente pero progresivamente en la ineficiencia y el descrédito. La segunda: como lo revela la más reciente encuesta Gallup, el aparente surgimiento por vez primera de una tercera fuerza encabezada por Alianza País que permitiría supuestamente romper con el ciclo histórico del tradicional bipartidismo.

No voy a gastar el poco espacio de esta columna dilucidando si es inminente el fin de los regímenes de Maduro y de Kirchner ni tampoco abordando el real peso electoral de Alianza País ni si su líder, Guillermo Moreno, responde –lo que personalmente dudo- al perfil del líder populista. Creo que lo importante ahora, para utilizar la jerga mercadotécnica de moda, más que la realidad es la percepción. Y lo que se percibe, por lo menos en algunos sectores de la clase política, de la sociedad civil, de los intelectuales, de los jóvenes y de las clases medias, que son, si se quiere, la “vanguardia del populismo” en donde quiera que este ha sido exitoso, es que algunos –una minoría intensa- ve un rayito de luz que permitiría a los dominicanos poner fin al régimen de la “oligarquía”, la “plutocracia”, la “tecnocracia”, el “legalismo formal”, para dar paso así a una “regeneración del sistema político”, que propicie “refundar el país” y viabilice el gobierno de las “verdaderas mayorías”.

La cuestión fundamental, por tanto, es saber si están dadas o no las condiciones para el surgimiento en República Dominicana de un movimiento populista. La opinión más autorizada en esta materia –y la que comparto en gran medida- es la de la reputada socióloga dominicana Rosario Espinal. Para Espinal, “República Dominicana no ha sido nunca parte de la ola populista de la región por diversas razones: el conservadurismo, la compactación de la élite, la extensa red clientelar del Estado y los partidos que desmoviliza, la migración dominicana hacia fuera que quita presión redistributiva, la mano de obra barata haitiana sin derechos, y ahora, el lavado que inyecta dinero en la economía” (“El populismo: no es panacea, es realidad”, Hoy, 27 de marzo de 2013).

Pero, si tomamos en serio a Ernesto Laclau, quien, con su “razón populista” y según Dan Hancox, es el padre intelectual de Syriza y Podemos (“Why Ernesto Laclau is the intellectual figurehead for Syriza and Podemos”, The Guardian, February 9, 2015), la vaguedad, ambigüedad e imprecisión de los discursos populistas -que es “la condición para construir significados políticos relevantes” según Laclau y que explica por qué Pablo Iglesias no pierde ocasión en afirmar que no es de izquierda ni de derecha- puede viabilizar un populismo dominicano que, sin enfrentar directamente a las clases propietarias y burguesas, asuma determinadas reivindicaciones sociales; esgrima un discurso de “mano dura” contra la delincuencia; conecte con la “matriz retórica fundamental” del nacionalismo (Néstor Rodríguez) y su oposición a la inmigración, a lo haitiano y a las “grandes potencias”, en especial a Estados Unidos; re estatice amplios sectores de la economía; y se oponga a algunas demandas de determinados colectivos, como es el caso de los menores y de la comunidad GLBT. Algunos dirán que ya esto no es populismo pero lo cierto es que cierta izquierda y la derecha dominicana comparten el gen nacionalista y autoritario y que, además, el populismo bien puede ser conservador y “machista leninista”: fíjense sino cómo Correa se opone al aborto y cómo Chávez hizo a sus seguidoras “jurar por Dios parir y amamantar a los hijos de la patria”. En realidad, la objeción más fuerte a la viabilidad de esta opción populista es que ya este espacio ha sido llenado en parte por los dos principales partidos del país que, abandonando el centro izquierda, han asumido con frecuencia y vehemencia este discurso. Y lo que no es menos importante: quizás esta opción populista no es tan popular como parecerían evidenciar algunas encuestas encargadas a raíz de la Sentencia TC 168/13 y de la despenalización del aborto en ciertos supuestos.

El escenario luciría más propicio para una gran coalición democrática, social y liberal, que se coloque en el centro del espectro político, y apueste por: la lucha contra la pobreza y la garantía de los derechos sociales; la implementación de los mecanismos constitucionales de participación ciudadana; la tutela de los derechos de mujeres, gays, y demás colectivos marginados y excluidos; el estímulo de la competencia, el empleo, la inversión y las pequeñas y medianas empresas; y la lucha contra la evasión tributaria y a favor de la disminución de los impuestos al consumo. Este centro, que trata de hacer realidad el Estado Social y Democrático de Derecho y que no considera a las instituciones como obstáculos a las mayorías, podría pactar las reformas necesarias para consolidar una democracia ciudadana, social y económica y el verdadero desarrollo integral y humano de la nación.

 

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