Me venció el sueño
En unos de mis viajes a Cuba en compañía de Nelson Peralta, nos alistamos para deleitarnos con el espectáculo "El Tropicana", donde presentan bailarinas cubanas, con unos trajes majestuosos. Bailarinas que en ese tiempo eran escogidas con mucho cuidado y esmero, ya que además de sus movimientos caribeños, debían tener unos cuerpos voluptuosos, con medidas exactas, todo con naturalidad, nada en ese tiempo de cirugías.
Ese espectáculo es el de más tradición en Cuba, presentándose tanto en la Habana como en Santiago de Cuba, en ésta ocasión visitábamos Santiago. La actividad estaba llamada a comenzar a las 9:00 p.m., por lo que como es una costumbre en mi, la puntualidad, ya a las 8:30 p.m estábamos llegando al gran salón de presentación.
Era un sábado de 1998, por lo que teníamos un par de días en Cuba, desde el jueves para ser más exacto, unos días en realidad que habíamos dormido poco, asistiendo a otras actividades nocturnas de la Isla. Tengo por costumbre acostarme normalmente a las 10:00 p.m o antes, por lo que cualquier variación de esa rutina, puede producirme un sueño repentino muy difícil de controlar.
Al llegar al Salón donde se presentaría el gran espectáculo y haciendo gala de la "sabiduría " dominicana, llamo a un joven camarero dedicado al protocolo de la actividad y le ofrezco 50 dólares para que nos ubicara en un buen lugar. Imagínense lo que eso significaba en Cuba, donde el sueldo más alto era de un médico (18 dólares), por lo que fuimos colocados en unos asientos que quedaban justo debajo del escenario.
Comenzó la animación, la bulla, las luces, el sonido y luego el anuncio del esperado espectáculo. Salen las bailarinas y se colocan las más cercanas a un metro de distancia de nuestra mesa, para dar inicio a los bailes y presentación de un vestuario que las hacía parecer ninfas del olimpo. Les digo de la calidad del espectáculo porque he ido varias veces, ya que esa noche, justo al comenzar me dormí y no valieron los jamaquiones de Nelson para despertarme.
Sentí un poco de agua fría en la cara lo cual me despertó en el preciso momento que se anunciaba la terminación del evento. Me levanté de mi silla, salí caminando, todavía un poco turulato como dicen los cibaeños, le di las gracias al joven camarero de los 50 dólares y me retiré acompañado de mi amigo Nelson, al Hotel Santiago de Cuba, teniendo que contentarme con las risas y burlas sanas de mi amigo.



