Al momento de llegar al mundo un 1ro de Marzo, mis padres, Luis Osvaldo Estrella Liz y Paula Mercedes Pichardo, ya habían procreado una familia de tres féminas, donde cada una le llevaba 5 años a la siguiente y en mi caso la menor, Fátima, me llevaba también 5 años. Mis padres ya se habían resignado a no tener un varoncito, por lo que la sorpresa y alegría, según me narran testigos, no tenía comparación. Mi hermana mayor, Sonia, que en ese momento tenis 15 años, se adueña de mi y me pone el apodo que me acompañaría para toda la vida: GUGUI.
Mi padre era muy machista, por lo que desde muy pequeño me enseñó a pelear, en el fondo le preocupaba que su único hijo, criado entre mujeres, saliera afeminado. Para las peleas yo tenía la desventaja que era muy pequeño para la edad y flaquito, por lo que siempre trataba de evitarlas. Aunque desde que mi padre se enteraba que había evitado una pelea, mandaba a buscar el muchacho y me hacía pelear en medio de un círculo de alegres fanáticos del boxeo.
Recuerdo un momento en que un muchacho terrible, muy molestoso y peleador, que le decían Tiburón, me estaba desafiando delante de un grupo de compañeros, en eso pasa por casualidad mi padre y pregunta que pasa, a los que todos en coro dicen, que le tengo miedo a Tiburón. Mi padre de inmediato manda a hacer el círculo y Ahí comienza la pelea, me lleno de valor y le doy tremenda golpiza al guapón del barrio. Tiburón sale gritando y yo cargado en hombros.
Eso se repitió varias veces y siempre salía triunfante, porque además de tener nociones de boxeo, me sentía apoyado y protegido por mi padre, que había sido un boxeador profesional y dominaba el arte de los puños y trompadas. Mi padre también había enseñado a boxear a mi hermana Fátima, porque todo indica que siempre pensó que al nacer iba a ser un varón. Mi hermana se dio tan buena en eso, mucho mejor que yo, que en una de esas prácticas le rompió tres costillas a mi padre de un golpe.
Mi hermana se convirtió en mi protectora por instrucciones de mi padre, por lo que todo el que trataba de molestarme de inmediato la tenía de frente. Estando en segundo curso y con 6 años, Julio Vargas, un muchacho muy carpetoso y que me llevaba varios a años, no dejaba de molestarme, hasta que se lo dije a mi hermana. De inmediato se desafiaron para cuando despacharan en la Escuela, lo cual era una práctica en ese tiempo, por lo que al sonar la campana, todos los estudiantes se agrupan y hacen un gran círculo. Comienza la pelea y Julio Vargas recibe tremenda paliza, quizás en su vida nunca recibió una igual, con el agravante de que fue de una mujer, chiquita y delgadita.
El pobre Julio que luego se hizo un gastroenterólogo famoso y murió hace algunos años, tuvo que cargar con ese peso para toda la vida. Creo que al momento de morir todavía a sus espaldas se relataba aquel episodio, el cual se expandió de generación en generación. Todo eso porque Julio Vargas era considerado en ese tiempo como el bravucón del pueblo, al que todos le temían y evitaban confrontarlo. A partir de ese día jamás me volvió a molestar y todo lo contrario se convirtió en mi defensor.
Así crecí yo, con mucho apoyo y amor, con una sobreprotección, por ser el único varón y el más pequeño de una familia sumamente apoyadora. En una ocasión le di unos golpecitos a un vecino, éramos de la misma edad y le decíamos el Chino, por lo que su padre, a quien le decíamos el cojo y que era dueño del único bar del pueblo, La Gioconda, Imagínense ese nombre a un bar, fue con el chisme a mi casa. Mis padres para quedar bien con Luisito el cojo, me trancan en el baño y papá empieza a dar correasos en la pared y yo a gritar. Como éramos vecinos se tragaron el anzuelo de esa tremenda pela.
A los 7 años ya pertenecía a un equipo de béisbol, jugaba segunda base y era muy bueno para mi edad. El Manager me reprimió por algo que entendió no hice bien, fui gritando a la casa y mi padre sin averiguar fue a reclamarle al entrenador, soltándole un derechazo que lo dejó noqueado por varios minutos. No sé cómo, pero seguí en el equipo hasta que me fui del pueblo, con una experiencia negativa que protagonizó mi hermana Tania en un juego de béisbol.
Estábamos jugando con un equipo de Navarrete, yo estaba bateando y en eso llega mi hermana Tania al Play y manda a detener el juego, todos se quedan observando y en eso saca un biberón de leche. Todavía recuerdo aquella frase; Gugui ven a tomarte la leche que es muy tarde. Todos empezaron a reír y burlarse de mi, por lo que inmediato suelto el bate y le caigo atrás a mi hermana, con una lluvia de piedras. Llegamos a la casa y sigo tirando piedras, hasta que le rompo un diente a Tania. Mis padres estaban para Santiago y cuando llegan se enteran de la situación, procediendo a darme una de las pocas pelas que recuerdo, mi hermana Tania se quedó con su diente roto, aunque logró que a partir de ese día, dejará de tomar leche en biberón con 8 años.
Así transcurrió parte de mi infancia en Esperanza, con mucho despiste, a veces en el limbo, con unos padres súper protectores, unas hermanas apoyadoras y sobre todo una hermanita boxeadora que fue mi ángel guardián.



