Participar en actividades sociales permite interacciones interesantes y encuentros que activan las neuronas y los recuerdos, aun cuando en términos personales yo les tema o las eluda permanentemente. Uno de los actos a los que me atreví a asistir en los últimos meses me reconfirmó el asunto: el periodista y amigo Carlos Nina Gómez ponía en circulación su libro “Historia Imborrable, gigantes del periodismo dominicano”, y allí me encontré en medio de la más variopinta fauna, compuesta de políticos, periodistas, locutores. Ah qué rica y diversa mezcolanza divisé, entre ellos los que estaban envejecidos y quienes vi más viejos de la cuenta, y ello me obligó a algunas reflexiones.
En la mesa directiva de aquella actividad, la mesa a la que todos miran y que algunos suspiran por sentarse para adobarse de cierta prestancia, estaba el expresidente Leonel Fernández y de nuevo aspirante a la presidencia, mi antiguo profesor (como de tantos) que luego del 96 creo que jamás ha pisado un aula universitaria. Fue una condescendencia del autor Nina Gómez, y merecida, claro, sentarlo allí y ponérnoslos de frente.
Cuando el ex presidente habló, confieso que sentí que fue como si una persona desde el tecnicolor tratara de hablarle a otro que aún se encontraba mental y físicamente en el blanco y negro.
Fernández, quien dio una sorpresa en el 1996 al noquear al más carismático líder de todos los tiempos, José Francisco Peña Gómez, a mi juicio no sintonizó y pareció un boxeador fuera de forma y perdido entre las cuerdas Y esto porque aun cuando el escenario era manejable y no para teorizar en demasía, contó las mismas anécdotas de siempre. Que acostumbraba a visitar al periodista Rafael Herrera y otras más que no recuerdo.
Noté que Leonel Fernández era un hombre que además de estar envejecido físicamente, también lo estaba política e intelectualmente. Que su discurso había perdido atractivo y hasta que su voz había perdido algo de fuerza. Recuerdo que el ahora candidato de la Fuerza del Pueblo antes se preocupaba por estar al tanto, pero ese día me pareció (como en sus discursos y comparecencias que he visto) que ya poco tiene para ofrecer o decir, por lo que lució totalmente desconectado.
Y eso lo sintió la audiencia presente en la Biblioteca Nacional, quien aplaudió de forma tímida su presencia, y también sus palabras. De eso se percató la mayoría del público asistente. Lejos están ya los años cuando el entonces profesor Leonel llenaba las aulas, incluso cuando estudiantes se quedaban afuera y a través de las ventanas se asomaban para escucharle.
Leonel Fernández es un político que carga su hándicap pesado: después de gobernar por tres periódicos el país, ¿qué más puede ofrecer y para qué quiere volver? Por ejemplo, si se habla de Educación, se le podría ripostar que se negó a dar el cuatro por ciento, si se le habla de Salud Pública, que nada contribuyó a hacer para que no llegáramos a donde estamos en esa materia, y si se le trata de halagar hablándole de su obra maestra: el metro, cualquier pudiera soltarle su kryptonita: el caso de Diandino Peña.
Pero bueno, esas son sus peleas, yo lo que vi en Fernández fue a un político en su drama atroz de querer volver a ser presidente, similar al drama o la agonía del viejo que quiere prolongar juventud o recobrar el vigor sexual, o del actor acabado que busca afanosamente revivir sus éxitos en un Hollywood perdido.
Pensé también al verle en el boxeador que no sabe colgar los guantes a tiempo, y que se expone a un jab fulminante en un entarimado peligroso, en el orador que una vez fue genial, pero que no sabe cuándo cerrar el pico. Pero así es la vida, y hay que saber que las imitaciones son peores que las copias, y que Balaguer se murió aspirando. Ya veremos hasta cuándo respira el antiguo profesor y peledeísta. Por lo que yo he visto, y por el tamaño de la ambición, sospecho que tendremos a Leonel para rato.