El presente año se convertirá pronto en historia. Ha sido un año de grandes frustraciones para nosotros y para el resto del mundo, y muchos intentarán olvidarse de las amarguras y penas remojándolas con alcohol o aturdiéndose con la estridencia de la música. Otros, incluyendo a este escribidor, harán una parada en el camino para mirar hacia atrás, reflexionar un poco y aprender las lecciones que nos han dejado los pasados doce meses.
El año nos deja con una pandemia cuyos efectos devastadores han sido agravados por la conducta irreflexiva de una buena parte de la población, especialmente la más joven, cuya proclividad hacia los excesos no puede calificarse sino de irresponsable. Si algo ha mostrado esta pandemia es que el dominicano es un animal al que no puede someterse a cautiverio por mucho tiempo y que ha sido educado para el individualismo feroz, la incivilidad y la agresividad. El rebrote amenazante de esta pandemia no ha actuado como dique para detener a aquellos que, de manera inmadura, solo piensan en la gratificación inmediata de sus instintos irrespectivamente de las consecuencias que dicha conducta pueda tener en otros, incluyendo a miembros de su propia familia. Es por eso que frente a la posibilidad de una saturación de hospitales y otros centros clínicos debido al actual rebrote del coronavirus, se hace urgente que el estado desarrolle una política de cero tolerancia hacia los desaprensivos que no quieran ajustarse a la conducta prudente que demandan estos tiempos. La actual crisis sanitaria impone que se piense de manera colectiva y no individual. Por consiguiente, y dadas las presentes circunstancias, esta columna hace una invitación a la reflexión, a la moderación, a la diversión sana y no al vulgar bacanal callejero, y a la empatía hacia aquellos que han sufrido los efectos de la presente crisis sanitaria.
El año entrante nos traerá nuevos desafíos que demandarán la ayuda de un estado humanitario y no depredador como el que tuvimos en la pasada administración.Porque además de la necesidad de desarrollar una logística y una infraestructura para enfrentar la presente pandemia, el actual gobierno debe también fortalecer al máximo al Ministerio Público para que enfrente con todos sus cañones a ese otro flagelo que no ha sido completamente eliminado del tejido institucional del estado. Nos referimos, por supuesto, a la corrupción administrativa, que como un demonio tentador continúa azuzando las almas débiles de muchos funcionarios.
Los efectos de la corrupción han sido tan demoledores como los de la presente pandemia. Miles de millones de pesos han ido a parar a manos privadas y no a hospitales del estado, y esta práctica deleznable continúa causando muertes innecesarias debido a que de miles de personas no reciben la debida atención médica en un sistema de corte neoliberal como el nuestro donde la salud, ya lo hemos dicho anteriormente, es una mercancía que se compra y no un derecho. Continuamos siendo un país donde cada paciente se ve como una unidad de producción monetaria y no como un ser humano que tiene el derecho de ser asistido. La corrupción reduce el gasto social del estado ya que este no recibe los ingresos necesarios para una justa distribución de la riqueza producida, aumentando así la desigualdad social ycreando élites a cuyas manos va a parar la mayor parte de la riqueza producida por la sociedad.
En el año que se avecina el país tendrá, pues, que hacerle frente a estas dos pandemias, y de la misma manera que un organismo microscópico como el coronavirus ha tratado por igual a jefes de estado, a celebridades, a influencers, y a gente de los más bajos estratos sociales, de la misma manera el Ministerio Público no debe tener corruptos preferidos y debe ser inmisericorde con todo aquel que haya practicado con impunidad esa forma de violencia que es la corrupción.