En estos días de encierro, cuando guardamos nuestro glamour y fantasía en el armario de espejo roto, nos brotan, sin quererlo, inevitables sentimientos nostálgicos.
Y qué raro, que entre tantos, en vez de pensar en nuestros primeros amoríos regresé a mis tiempos de “nueva trova”, aquellos que con alas de cera queríamos llegar al sol, como Ícaro.
Nada, ni las serenatas, ni los bailes con boleros, ni los besos a escondidas entre las ramas, ni los riesgos de torturas o de silencio pudieron apartarnos de nuestros ideales.
Fuimos románticos y rebeldes.
Hoy inquieto llamé a un amigo, lugarteniente de andanzas, para recordar esos años. Después de dos “holas” protocolares, su voz calmada como siempre la noté sorprendida, y no era para menos , han pasado muchos años desde nuestro último contacto.
Nuestra primera escuela de liderazgo
De inmediato recordamos lo que fuera nuestra primera escuela de liderazgo: El grupo de acción San Juan Bautista -SAJUBA-.
Formado al inicio de los ‘70 por el entonces sacerdote Fabio Solís, este reunió un núcleo de jóvenes del entonces y lo formó para hacer trabajo comunitario y fomentar la cultura del municipio.
Hicimos teatro, poesía coreada, coro, y al salir de la misa dominical visitábamos a los enfermos para llevarle un poco de aliento y entregarle un aporte recaudado en las actividades del grupo.
Entre los miembros de este grupo recordamos a Papito Mena, Próspero Agramonte, Celina Arias, Pedrito Melo, Ana Isabel Bonilla, Lidia y Chacha Méndez, Gloria Alonzo, Teresa Nolasco, Tony Peniche, Alexis Alonzo – Freddy Checo-, Gabriel Méndez, Alfredo Alonzo -Freddy el Chivo-, Heriberto Martínez, Toñito Díaz, Altagracia, Yolanda y Lourdes Amaro, Jacobo González, Anilda y Papi Estévez, entre otros.
“Los tiempo eran otros, no existía la droga, podíamos dar serenatas sin el temor a chocar con un “punto”, dijo mi amigo.
“Nos dolía el pueblo, el país, por eso luchábamos, sin esperar dádivas de nadie, nos importaba la libertad “, añadió.
La toma de la iglesia San Juan Bautista
¿Te acuerdas de la toma de la iglesia San Juan Bautista para exigir el retorno de los exiliados?, pregunté. Llegó a mi memoria aquella escena y no podía dejar pasar la oportunidad de revivir esos hechos.
“Claro, fueron tiempos difíciles. Hoy me lleno de orgullo, fuimos de los pocos pueblos que se atrevieron a hacer aquella osadía, hicimos lo que nuestra conciencia mandó en esos momentos “, acotó mi amigo.
“Con nosotros entraron pocas mujeres, porque no sabíamos qué desenlace iba a tener ese atrevimiento, y no queríamos comprometerlas. Sin embargo, Oneida Adames fue la protagonista. Su valentía nos contagiaba, perdíamos el miedo”, relató mi amigo con voz de regocijo.
Y continuó, “además de Oneida, entramos Freddy Checo, Santos Reynoso, José -Preva-Balbuena, Koqui Acosta, Flor Duarte (el de Romana), Miguel Cruceta, Kiko Pichardo, Narciso Rivera, entre otros. Dejamos parte de nuestro grupo fuera para que se encargaran de hacer las negociaciones, no podíamos entrar todos”.
Recordó que cuando la iglesia fue rodeada por militares, con fusiles largos, se vivieron momentos tensos, pero gracias a la negociaciones lograron salir sin ningún percance.
La conversación entre mi lugarteniente y yo se hizo amena, sentíamos la historia en nuestras venas.
El apresamiento de los jóvenes del pueblo
En nuestros andares, nos llegó a la memoria el apresamiento en Nagua de una comitiva encabezada por Teresa Nolasco, Próspero Agramonte, Papi Estévez y Gabriel Méndez. Ellos viajaron a ese municipio a recolectar dinero para financiar la defensa del pescador Hilario Bencosme, padre de Milagros y Sunilda, quien fue detenido y trasladado a esa ciudad acusado de haber encontrado “un cargamento “. Hilario fue torturado rudamente por los investigadores del régimen; vivíamos los 12 años de Balaguer.
Antes de cumplirse la primera hora en la ciudad, Próspero Agramonte, Gabriel Méndez y Papi Estévez fueron apresados en una esquina por el servicio secreto y trasladados a la fortaleza. Para su suerte, Teresa no estaba en la esquina en ese instante, y al enterarse corrió a la fortaleza y habló con un amigo capitán y logró la libertad de todos.
Le confesé a mi amigo, que fui invitado para ir a Nagua , pero le advertí que en esa ciudad habían muchos “calieses” , y que podíamos ser apresados y acusados de comunista, tal como sucedió.
El amigo que me invitó, al verse preso, dijo, “Arismendy tiene la boca de chivo”.
A Teresa la recordamos como una mujer de poco hablar pero valiente, entregada a su comunidad.
En esos años ocurrieron otros dos incidentes que marcaron nuestra mente: La detención de un grupo que estaba ensayando en la parroquia San Juan Bautista la obra teatral ‘Somos del Campo’. En la obra, que narraba las crujías del campesino, se usaban machetes, por lo que fueron acusados de conspiradores.
A la iglesia se presentó un policía conocido, Pérez Mena, éste le dijo al grupo: “muchachos, a mí me mandaron a buscarlo, pero para que no se vea por las calles que yo voy acompañándoles, es mejor que ustedes mismos se presenten en el cuartel”. Y así fue, todos se presentaron voluntariamente al precinto. Pero horas más tardes gracias a la presión de la comunidad fueron liberados.
Los ideales revolucionarias y las acusaciones del régimen
El otro suceso fue el apresamiento de Delio Santos, un militante del Movimiento Popular Dominicano-MPD-, acusado de poseer un fusil y otras armas. Fue trasladado de inmediato a Nagua. Luego, por la misma causa fueron apresados Narciso Rivera, Diógenes –Chichí- Arvelo y Carlos Sosa, este último oriundo de Gaspar Hernández. Todos conocieron las celdas de San Francisco de Macorís y Nagua.
Los últimos fueron liberados a los 21 días, tras Delio asumir la responsabilidad del fusil. Él tuvo que esperar varias meses para ver la luz del sol.
Delio nos suplía el periódico Libertad, “literatura de izquierda” que leíamos en la letrina para luego destruirlo y arrojarlo allí mismo. Temíamos ser apresados por poseer “material subversivo”.
Tras el apresamiento de Delio, Narciso y demás, los activistas comunitarios Próspero Agramonte y Pedrito Melo desaparecieron del mapa; algunos dicen que ellos tenían conocimientos de las armas y temían que los apresados “fueran a cantar”. Nadie lo hizo, a pesar de las horrendas torturas que a que fueron sometidos.
Luego de revivir esos años, mi amigo y lugarteniente nos despedimos, nuestra conversación se hacía eterna.
Debo confesar que sentí nuestra conversación como un encuentro de dos monjes budistas en los altos del Himalaya. Lejos del bullicio que encara la polémica.
Tal vez los años nos hacen más conciliadores y pacifistas; nos enseñan a amar a los demás como a nosotros mismos.