A veces la indignación y la impotencia hacen que uno deje al lado problemas importantes y encuentre una salida, tramposa e irresponsable, pero humana, al escribir del asunto más insignificante.
El escándalo del saqueo de los fondos de Senasa, el azote de los apagones y los horrores del genocidio de los sionistas de Israel contra el pueblo mártir de Palestina en la Franja de Gaza, merecen mucho más que las cuatrocientas palabras de esta columna semanal.
Pero especialmente, el asunto de la matanza en Gaza, me resulta demasiado abrumador. Precisamente porque hay que abordarlo desde la indignación y la impotencia.
Pido mil excusas y mejor les cuento una anécdota de la infancia. Tendría yo algunos diez años. En la casa en que pasaba la semana para poder ir a la escuela en Nagua, se recibía el periódico La Nación, en cuya sección deportiva había un espacio llamado La Voz del Fanático.
Su encargado, nada menos que Cuchito Álvarez, entonces famoso comentarista deportivo de la radio. Con los años, llegaría a ser don Mario Álvarez Dugan, respetable director del diario Hoy.
En aquella época se convirtió en refrán popular la expresión: ¿“Qué te parece Cuchito?”, que, en las transmisiones de la pelota profesional, le dirigía el legendario narrador cubano Rafael Rubí, “El Dinámico”.
Aun niño, era yo un ardoroso fanático del béisbol y no sé cómo se me ocurrió escribirle una carta a La Voz del Fanático. La deposité al correo en Nagua y a los pocos días apareció mi carta en La Nación.
¿Cuál es mejor pelotero?, preguntaba, Tiant Tineo o Alcibiades Colón. Jardinero central de las Águilas Cibaeñas, el primero, y jugador del jardín derecho del Licey, el segundo. No tuve el valor de firmarla con mi nombre, sino con el seudónimo de Juan Pérez Ruborizado, lleno de temor y de vergüenza, no me atreví a decírselo a mis amiguitos de la infancia, porque sabía que ninguno de ellos me lo creería, menos al no estar firmada con mi nombre propio.
Solo le conté mi hazaña a mi entrañable Flor de la Cruz. “Hay opiniones”, fue la respuesta diplomática del de la sección y la vida siguió su curso.
Jamás conté ni comenté aquella temprana experiencia literaria, hasta hace poco al dictar una conferencia. Tampoco sospeché que estaba dando el primer paso de una larga marcha por la senda emocionante y seductora de la escritura.