Todo escritor serio y preocupado por su oficio y los gajes de la posteridad, debiera tener su autobiografía escrita. Por si acaso sucede la muerte repentina, ya que el Hades no tiene orden ni por la misericordia se guía. Hay que recordar que existen las enfermedades que acaban la encomienda muy rápidamente, o también que predominan a borbotones los accidentes de tránsito o las balas perdidas que encuentran blanco en el más desprevenido de los citadinos.
Adelanto la mía
Nací en los 60. Década en que el jazz estaba en la cresta y andaba por sus fueros. En Santo Domingo, ciudad que además de dar el mar, ofreció épica y resistencia a invasores.
Amago con pecar, caer en lugar común o ser azotado por el cliché si digo que: he leído infinitamente más de lo que he escrito. En palabras simples: he usado más el ojo que las haraganas manos.
Viví en New York por espacio de una década, pero en el New York de Spike Lee o Quentin Tarantino, de negros, pobres, de proyectos residenciales a los que Malcom X llamaba justicieramente cárceles. No en el New York de Woody Allen, ese me parece que tiene demasiada asepsia. Para mis criterios cinematográficos, es muy limpia, sus personajes aburridos y encorsetados. De un país a otro, cargué los libros, como cargué los divorcios.
Trabajé únicamente seis meses en una factoría. Por suerte, mi hermana era “la boss”. Me sirvió como experiencia de vida, y para saber cómo se empacan y cuán pesadas son las cajas.
Toda mi vida me he dedicado al periodismo. De eso he vivido y he llevado el pan a la mesa de mis tres hijos. De allí además de sacar el sueldo (aun lo hago), también extraje algunas historias o personajes.
Me desenvuelvo en varios géneros. No, por talento, sino por lo interesante que es la promiscuidad en todo oficio. Creo que más que para no aburrirme de siempre escribir lo mismo o de andar en línea recta. No me han publicado editoriales importantes. Yo he puesto todo, hasta el momento: la inspiración, la tinta, la página, y los cuartos para poder atormentar con mis escritos a mis posibles y escasos lectores. Al Vanity Book me he agregado, gloriosamente.
A quien yo más admiro: no es a uno de esos tipejos que usted imagina; que haya ganado el Nobel o que la fama el trasero le bese. Es a mi madre. Las proezas esenciales de la vida están lejos de los focos o de los sótanos literarios.
De ser reportero y corrector de estilo aprendí dos cosas esenciales: a mirar con respeto y humanidad al otro, y a tratar con delicadeza lo que los colegas construyen.
De mis libros hay opiniones distintas. Me gustan las cortas: De El día que Balaguer muera, Viriato Sención dijo: Una pequeña joya. De Historias crueles de NY y otras latitudes, Amable Mejía señaló: “un libro de relatos cortos, que podría definirse como inigualable en la narrativa breve dominicana”. De fondo negro: “carácter unitario que exhibe, manejo fluido del lenguaje, modo certero de conjugar prosa y poesía”. Las críticas negativas que la apilen mis enemigos y que esta vanidad se me perdone.
He amado la brevedad hasta el momento. (El artículo periodístico, el poema, el cuento), aunque no niego que lo extenso me haya seducido (la novela). El catálogo de lo publicado, no lo voy enumerar: en la solapa usted podrá encontrarlo.
Aunque parezca de libro de autoayuda el siguiente criterio, lo suelto: creo que toda experiencia no ha de ser para decepcionarse sino para crecer y en los campos de la escritura, aprovecharla. Todo ha de desembocar en la escritura. Al fin y al cabo, es lo único que queda, y lo que sobrevive.
Si hay algo más interesante que leer y la noche, o escuchar a meretrices, taxistas, y proxenetas, que alguien me lo informe…Soy siempre, todo oído.