Si algo me fascina de la ciudad de Nueva York, además de visitarla y andar por sus guetos y reencontrarme con amigos que ya han sido ingurgitados y vomitados por ella vueltos vaya usted a imaginarse qué cosa, es verla retratada en las películas. Me place el observar que lugares que yo como ciudadano anónimo he caminado, son universalizados e inmortalizados en la pantalla gigante.
Me viene a la memoria cómo Nueva York se convierte y toma vida prodigiosa en la fotografía de varias películas de Spike Lee. O en algunos largometrajes de Quentin Tarantino. Pero, donde últimamente la he visto “calcada” de forma fabulosa es en “Joker”, con un Joaquín Phoenix fuera de serie y de serios.
Allí el tren aparece en su más terrible expresión y en su descarrilada velocidad, los personajes que allí van montados uno siente que son conducidos a un patíbulo y no a contemplar una ópera o a cumplir horario en un lugar de trabajo; las calles de Nueva York, juntan el glamour y la locura en personajes adiestrados para el mismo baile: el de parecer autómatas o zombis, embelesados por conseguir la narrativa del sueño americano.
Si hay un espacio o lugar que retratado o copiado casi de manera “perversamente” perfecta en este filme, es el que corresponde a los apartamentos y edificios “de pobres” de esa metrópoli que más que no dormir, ha aprendido a simular que está despierta siempre.
En este “Joker” se ven la sala, donde reposa la nevera, el baño donde los cuerpos abotagados y extenuados terminan crucificados y aliviados bajo la ducha, el ojo mágico de la puerta por donde todo lo que se mira parece monstruoso o distorsionado, los pasillos, que vistos desde afuera también pregonan que allí puede ocurrir la vendetta o el asesinato.
La pobreza está determinada por la cantidad de espacio que posea el habitante de la ciudad. De eso pueden dar testimonio los neoyorquinos, quienes tienen que pagar un ojo de la cara para poder seguir siendo parte de la ciudad que inmortalizó Frank Sinatra.
Eso hace poco me lo ratificó un taxista, cuyos servicios requerí hace unos meses. “No puede estar bien una ciudad donde casi todo lo que uno gane tiene que pagarlo de renta”.
Y claro, los capitalistas siempre se inventan términos para explicar las desigualdades sociales. Y el término gentrificación es uno de ellos.
Harlem ya no es el Harlem de los negros. Gran parte del Harlem es de los señoritos que pueden pagar altas rentas. El Alto Manhattan ya no será de los dominicanos.
Nueva York se está haciendo una ciudad invivible. Quienes somos fanáticos de lo raro, del caminar y encontrarnos con el músico callejero, con el hombre fracasado que se bebe una budweiser en la mañana, debemos acostumbrarnos a que un día de estos, desaparecerá el contraste del pobre y el rico, que la hace interesante.
Un episodio ilustra quizás lo que esté sucediendo. En meses pasados un pobre hombre negro que vivía de imitar a Michael Jackson (y que una crisis mental la hizo en un tren, fue ahogado y asfixiado por un ex marine, rubio y azules ojos, de bíceps anchos.
Este hecho retrata el drama que azota hoy la ciudad donde el esputo que se ha desbordado es el que da más asco de todos: el de la pobreza. El pobre Jordan Neele desfalleció de manera patética.
Es esta una cruel metáfora de cómo están muriendo los pobres del Nueva York anteriormente sicodélico, de cómo están siendo desplazados los desheredados del capitalismo por los que más tienen y pueden.
Aunque queda en la mente la metáfora de que un día los pobres y enajenados mentales se subleven y un Joaquín Phoenix tome la escena principal encima de un taxi, pues si la película Joker es un descenso a los infiernos, la ciudad de Nueva York es el descenso a una realidad donde los ricos son caricatura y los pobres una terrible pesadilla para el establishment.