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Ocultos cultos

Ocultos cultos

25 noviembre 2022 Eduardo Jorge Prats Opiniones

La rocambolesca teoría de una conspiración de las potencias para fusionar República Dominicana con Haití fue enarbolada por Joaquín Balaguer tras su último regreso al poder (1986) para impedir una presidencia de José Francisco Peña Gómez.

Este retake, upgrading y recarga de la ideología trujillista antihaitiana fue posible porque, tras el ajusticiamiento a destiempo de Trujillo y la obscena canonización de Balaguer como “padre de la democracia”, no hubo justicia transicional, comisiones de la verdad, juicios a los culpables de las torturas, desapariciones y asesinatos, y procesos de perdón, reconciliación y memoria histórica con respecto a la represión trujillista/balaguerista y la masacre de los haitianos (1937). Tampoco hubo “destrujillización” ni nada parecido a la “disputa de los historiadores” alemanes (Nolte vs. Habermas) acerca del nazismo en los 1980.

Sin embargo, muchos, inmunes a los estrambóticos y paranoicos cantos de las sirenas patrioteras portavoces de la ideología antihaitiana, gracias a la vacunación provista por intelectuales públicos como Franklin Franco, Hugo Tolentino Dipp, Emilio Cordero Michel, Frank Moya Pons, Roberto Cassá, Diógenes Céspedes, Andrés L. Mateo, Marcio Veloz Maggiolo, Odalís Pérez y Carlos Dore Cabral, supimos reaccionar contra ella.

Pero posteriormente esta ideología fue normalizada en El ocaso de la nación dominicana de Manuel Núñez y repotenciada en todo el espectro político con el ascenso de las redes sociales y el nacionalpopulismo ambidextro, siendo hoy más popular pero todavía minoritaria, como lo revela la intelectualidad de la diáspora (Silvio Torres-Saillant, Lorgia García Peña, Fernando Valerio-Holguín, etc.) y extranjera (Michel Baud, Michel Wucker, Pedro Luis San Miguel, etc.).

Pero nuestra falsa conciencia nos impide percibir nuestros terribles prejuicios en toda su descarnada realidad. Prejuicios que, como los populares Thanksgiving Day y Black Friday, fueron importados de Estados Unidos (Torres-Saillant), aunque “el discurso primitivista dominicano con respecto a Haití es tan antiguo como la fundación misma de la nación dominicana” (Valerio-Holguín).

Paradójicamente no conjugamos los derechos en primera persona pese a que los dominicanos migrando al extranjero en busca de un mejor porvenir son nuestro principal producto de exportación y que, en New York, los dominicanos descubrimos que somos negros (Moya Pons).

Lamentablemente en RD los intelectuales de la diáspora y de los “dominican studies” apenas son conocidos. En el ensordecedor bullicio de la selva digital, “los más cultos son los más ocultos” (Augusto Roa Bastos). Por eso la insoportable cháchara/jerga ultranacionalista de los protocolos de los sabios de la fusión y su conexo credo homonegroaporofóbico, que tanto daño le hacen a la “marca país”, al turismo, al comercio justo y a nuestras relaciones exteriores, son culturalmente hegemónicos.

Necesitamos un nacionalismo liberal que abogue por: la aplicación eficaz de las leyes migratorias sin violar derechos; la defensa de las ya existentes y cada día mejores prácticas laborales de empresas claramente comprometidas con la responsabilidad social como es el caso de Central Romana y Vicini; el desarrollo fronterizo; el castigo del tráfico ilícito de personas, del contrabando y del narcotráfico en la frontera, así como de las empresas y personas contratantes de empleados extranjeros en situación migratoria irregular; exigiendo siempre respeto a nuestra soberanía pero sin atizar el odio hacia los haitianos y hacia nuestro mejor socio político/comercial, que sigue siendo Estados Unidos, y sin funcionarios que asuman una retórica desvergonzadamente racista en manifiesta deslealtad a la igualdad constitucional.

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