Manhattan, Nueva York.- El sueño americano que a su llegada hace 30 años a Nueva York pretendió alcanzar el dominicano John Travolta, ha sido realmente su pesadilla por los últimos 20 años.
Y es que para Travolta, así dijo llamarse, los pestilentes y oscuros túneles subterráneos repletos de grafitis, aguas negras, materias fecales y demás desperdicios del sistema de trenes de la Gran Manzana, han sido su vivienda por las últimas dos décadas.
Allí comparte su cama de cartón con la alta población de ratas y cucarachas que abundan en el Manhattan profundo, aquel que sólo lo separan unas 12 pulgadas de asfalto y hierros oxidados del mundialmente famoso ambiente nocturno lleno de luces y glamour de Times Square. Aquel donde el martillar de los trenes van al compás de la acelerada vida miserable y peligrosa que llevan sus habitantes, olvidados de la opulencia con que se vende a los inmigrantes el sueño americano.
Sin embargo, el inmigrante dominicano de 49 años defiende con resignación su “multimillonaria casa” con piso de tierra, pedazos de palos, zapatos, y periódicos viejos con muestra de uso como abrigo para combatir el frío. “Prefiero estar aquí en solitaria que irme a un hogar de desamparados, donde tengo que compartir con personas llenas de enfermedades y maldades”, dijo el hombre, rascándose la copiosa y desordenada barba, muestra fehaciente del descuido en su aseo personal.
Sobre la teoría de que los túneles son nidos de adictos, ladrones y equizofrénicos sin tratamiento, Travolta tiene su filosofía."Seguro que somos locos. Usted tiene que estar loco para vivir aquí abajo, pero aquí es donde encuentro mi paz y la intimidad", dijo con sobriedad, mientras mira a su entorno donde las latas vacías y platos desechables sucios delatan el ambiente de aquellos a quienes la vida desordenada les ha llevado a ser asiduos visitantes de safacones en busca de restos de comida para alimentarse. Una paz relativa que frecuentemente es interrumpida por las persecuciones policiales, las que logran esquivar corriendo por los tantas puertas y oscuros pasadizos muchas veces desconocidos por sus persecutores.
A Travolta, la larga estadía en los túneles, donde los ruidos de la ciudad estrangulan el silencio, le ha hecho adaptarse a ellos, incluido el retumbar de los trenes, los que se han convertido en su alarma del sueño. "Después de las 11:45 de la noche puedo dormir profundamente hasta las 7:15 de la mañana," dice, aunque no tiene un reloj para saber la exactitud de la hora.
De su familia no quiere hablar, prefiere decir que no tiene. Olvidar aquellos años de adolescencia en su natal República Dominicana, cuando el sueño de llegar a Nueva York perturbaban su mente de estudiante y le impedian valorar las bondades de su entorno.
Para Travolta hoy su familia son sus compañeros de inforturnio; desamparados de todas las nacionalidades que se comparten los compromisos de orden en la “vivienda”. Aquellos con quienes comparte sus momentos de vicios y alegría, y le ayudan a ahogar su miseria en una lata de cerveza alrededor de una improvisada fogata de basura, encendida para mitigar las gélidas temperaturas de Nueva York que a veces le impiden levantarse hasta por tres días.
No es el sueño americano que le vendieron a Travolta, ni el que quiso alcanzar, pero sí la realidad que le ha tocado vivir en los últimos 20 años, y de la que abriga la esperanza de salir –como ha dicho por décadas- “el año próximo”.
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