Ni los economistas, sociólogos y politólogos se ponen de acuerdo sobre qué hacer en este momento.
Unos hablan del nuevo paradigma político donde la sociedad civil toma el mando de la oposición desplazando a los partidos tradicionales, lo que cambia las reglas del juego cuando se trata de consensuar ciertos temas. Con políticos todo se puede, pero con la sociedad civil es más complicado, aunque mucho más saludable para la democracia.
Otros, no se ponen de acuerdo sobre qué hacer con el gasto público, especialmente el gasto de capital, que este retraído por miedo a generar una mayor presión sobre los precios. Unos hablan de tirar dinero a la calle para reactivar la economía sin medir los peligros que eso representa.
De la reforma fiscal, a diario salen opiniones diversas incluyendo a lo interno del gobierno, que sabiendo la urgencia que existe para iniciar la discusión del tema, trata de soslayarlo ante la crítica situación inflacionaria y el alto desempleo. Con los economistas pasa lo mismo, aunque todos están conscientes de que eso no puede esperar mucho, algunos se reservan sus opiniones o actúan como Cantinflas; si no, no sí.
También se critica la lentitud para procesar cualquier gasto ante las exigencias de la Dirección de Contrataciones Públicas que exige transparencia total antes de aprobar una compra o una contratación de obras. Algunos hablan hasta de volver a los tiempos de antes donde todo se aprobaba al minuto, aunque se robaba hasta para comprar un rollo de papel sanitario. La transparencia tiene su costo y lo vale.
Algunos sugieren fortalecer la estructura gubernamental en el área social, debilitada por las medidas de austeridad y la limpieza administrativa, porque fue en nombre de los pobres donde más se robó dinero público en el pasado.
Todos esos programas de subsidio hay que modificarlos, transparentarlos y dirigirlos a los que realmente lo necesitan lo que es una tarea titánica. Botar el dinero en ayudas sociales que no llegan a los pobres es una ignominia.
Planificar o trazar una ruta crítica a mediano o largo plazo para saber a dónde vamos, es para muchos economistas y políticos una prioridad y el gobierno no sabe el camino. Pero como se puede hacer eso cuando de repente viene una segunda, tercera o cuarta ola de infectados por el coronavirus que obliga a imponer nuevos horarios del toque de queda y el cierre de muchos negocios lo que retrasa la recuperación económica.
En el corto plazo la prioridad es controlar la pandemia y el país está en entre los que tienen mayor porcentaje de vacunados a nivel mundial.
Hay un horizonte claro en este gobierno, aunque muchos lo duden. Se conocen sus prioridades en lo económico y social, las reformas que quiere impulsar, se han identificado las áreas y sectores prioritarios que deben apoyarse para aumentar el empleo formal, la calidad del gasto ha mejorado muchísimo, las metas macroeconómicas están claras y ante todo la transparencia que se impone ante cualquier otra cosa y que no existía en este país desde épocas remota.
Pero eso no basta. Y no faltan las críticas, las presiones, las ironías, las dudas, la incertidumbre y la constante especulación sobre la inexperiencia de algunos funcionarios o su falta de liderazgo, asumiendo el presidente Abinader esa tarea en solitario.
Y esto último es totalmente falso porque hay un gabinete económico y social con fuerte formación académica y mucha experiencia en su área. Además, si se requiere mucha experiencia pública para gobernar, entonces busquemos a los corruptos de gobiernos pasados que se las saben todas. Son maestros en el arte de gobernar, que se meten al país en un bolsillo y les callan la boca a todos.
Pero eso jamás volverá a suceder.