–Dedicado a Julio Cepeda y Rosalina Méndez in memoriam, padrinos inolvidables-
Animado por la bonita semblanza de navidad que escribiera Isabel Bonilla, mi querida compueblana, amiga, paciente y a quien es considerado parte de nuestra familia, me dedico a ampliar lo expresado por ella, con una tradición muy arraigada en esos años en nuestro querido Río San Juan: EL NIÑO JESÚS .
Era una tradición que el Niño Jesús dejaba sus regalo en dos lugares, debajo de tu cama y donde tus padrinos .
En contra de todos los pronósticos de que los novios que bautizaban un niño antes de casarse, esto traía mala suerte y los novios terminaban los amores, pero aun así mis queridos y siempre recordados padrino, desafiando esta vieja tradición, me bautizaron siendo novios, pues esta fue una promesa hecha por mi madre al otro día de mi nacimiento.
Estos fueron mis padrinos: Julio Cepeda Ulloa, y Rosalina Méndez Balbuena; él hijo de Mateo Cepeda y Carmen Ulloa (Doña Carmita) y Rosalina, hija de Don Félix Méndez y Doña Caró Balbuena.
En los primeros años de la decada del 50, la banda de música solo contaba con viejos y escasos instrumentos, hasta que en 1955 llegaron los nuevos donados al ayuntamiento por el Gobierno Central .
Con aquellos viejos saxofones y trompetas varias veces reparadas, organizaba el maestro Gabino Antigua sus famosas alboradas, que se iniciaban varios días antes de Noche Buena de 5:00 a 7:00 de las mañanas, donde medio pueblo se levantaba a caminar con los músicos, que se paraban en varias esquinas a tocar un par de merengue o un aguinaldo navideño.
Aquellas romerías levantaban el ánimo y el espíritu navideño.
De uno de esas alboradas venía mi padrino Julio cuando paró en la cocina de casa, le dio un abrazo a sus compadres y a su ahijado, como siempre me llamó hasta sus últimos días ya siendo yo un hombre adulto y con hijos.
Era día 24 y esa noche ponía el Niño Jesus, dirigiéndose a mi dijo: “ahijado, lo espero mañana temprano en casa para entregarle lo que el Niño Jesús le dejó conmigo”.
Pasé mi día alegre, ayudando en los quehaceres a mamá y las hermana y después de cena, sin asistir a la misa del gallo, me acosté entusiasmado con mis dos regalos del día siguiente.
Me levanté a eso de las 6:00 am y al buscar bajo la cama encontré mi modesto pero valorable revolver de mito, que era lo que las condiciones de papá le permitían, pues al ser 8 hermanos, por lo menos a 5 le tocaba regalo.
Esperé las 7:00 de la mañana para emprender mi viaje a casa de mis padrinos, que vivían en el extremo del rompeolas en una modesta casa de madera justo al frente de los Tucker-De Salas.
La noche anterior según el mismo me contara, se acostó a las 5:00 de la mañana, tomando tragos con sus buenos amigos Dante Gómez, Perucho Jorge y su cuñado Nino Méndez, que eran sus panas desde siempre.
Eran la 7:15 am cuando ya estaba yo tocando la puerta de los padrinos, como hoy se dice en el argot " buscando lo mío". El padrino Julio se levantó en pantaloncillos y al verme allí parado pidiendo mi Niño Jesús, cariñoso y afable como fue toda su vida, en vez de darme una reprimenda, me dijo : “entre mi ahijado para que hablemos”.
Nos sentamos en la sala y allí me explicó lo siguiente: “ahijado, cuando el Niño Jesús llegó aquí ya iba con la saqueta vacía y la última chilata se la dejó a Julito, a Mao y a Carolina; por ahi se tiró a la mar para ir a surtirse en Puerto Plata y le dejó dicho que con la Vieja Belén le mandaba lo suyo; pero otra cosa que me encargó fue que hoy le diera una vuelta en el pueblo en mi camioneta”.
En ese entonces en Río San Juan habían 2 o 3 vehículos y uno de ellos era la camioneta GMC de mi padrino, y quien esto escribe, a los 6 años de edad nunca había, como decíamos, montado en carro .
A las 11:00 de la mañana llegó el padrino tocando bocina y voceándole a mamá: “comadre me llevo mi ahijado”.
Me sentó en el asiento del pasajero, pero yo me paré y me acerqué a la ventana y de allí comencé a saludar a todo el que pasaba por el lado, con el interés de que me vieran.
El paseo terminó media hora más tarde y al desmontarme sacó de su bolsillo 10 centavos para que esa tarde fuera a matinée. Para mi fue el mejor regalo de toda mi niñez.
Al pasar las horas y reunirnos los amigos de infancia, recuerdo a uno de ellos que me dijo: “a ti te dejaron poca cosa” y le respondí: “pero tu no ha montado en carro y yo si”.
Mis padrino Julio y Rosa se mudaron a Santiago y allí compartí con ellos cuando regresé al país y me instalé en Santiago a ejercer como médico.
Julio en ocasiones, cuando iba a la clínica pasaba a darme un abrazo y a preguntarme por sus compadre Perozo y Margot.
Ambos fallecieron en Santiago en fechas diferentes y en ambos momento me hice presente para despedir a mis queridos padrinos.
Esta corta y casi personal historia navideña trae una moraleja: lo que damos o proporcionamos a un niño, nunca se olvida.
Con hijos, sobrinos, ahijado o cualquier hijo de vecino, tratemos de ser atento, cariñoso y dadivoso, que esto hará que nos recuerden para toda la vida.