Hace unos días cayó en mi mano de forma fortuita un ejemplo de la desaparecida revista semanal Ahora, correspondiente a uno de los números del mes de octubre de 1975, en el cual—por curiosidad más que por interés—leí su editorial.
Recogía un discurso de esos días del presidente Joaquín Balaguer, quien trataba el tema eléctrico, sobre el cual expresaba la gran preocupación del Gobierno frente a ese problema.
El gobernante se comprometía a enfrentar el problema, dada la gravitación negativa sobre la vida general de la República Dominicana.
Puedo afirmar, con toda sinceridad, que quedé virtualmente anonadado al leer aquello, pues me convencí de que en ciertos temas la República Dominicana es un país casi estacionario, como esos fenómenos atmosféricos que se establecen en una zona geográfica y solo se retiran cuando han causado suficiente daño.
Es el caso del problema eléctrico. Han pasado 50 años de aquel discurso, y con toda certidumbre pudiéramos ahora mismo solo cambiar el nombre de Balaguer y poner el de Luis Abinader, lo mismo que haber puesto años recientes los de Hipólito Mejía, Leonel Fernández o Danilo Medina.
¿Qué ha sucedido que ninguna administración ha podido yugular un problema que lo han resuelto otros países hace decenas de años?
No pudo Balaguer en la década de 1970, ni más adelante cuando gobernó diez años corridos, tampoco las siguientes, pese a que—es justo reconocerlo—se han hecho importantes inversiones en ese sector.
Me llamó la atención lo que refiero, pero también pudo haber sido otro de los problemas fundamentales de este país—agua, educación, salud, vivienda, movilidad, comunicación vial, etc.—que también se encuentran anclados en el tiempo.
Lo lamentable es que en cada campaña electoral, los partidos coinciden, casi al calco, en recoger en sus programas de gobierno las necesidades y sus posibles soluciones, lo que nos lleva a pensar que si no salimos de ellos no es precisamente por desconocimiento, sino por otras razones.
¿Falta de recursos económicos? Quizá. Pero en reiteradas oportunidades hemos escuchado—precisamente durante las campañas electorales—que la República Dominicana “es un país rico, pobremente administrado”.
Sin embargo, eso no se corresponde con la realidad, sino que lo utilizamos como una expresión de autocomplacencia o afán de aparentar lo que no somos en realidad.