En un giro sorprendente, en tan solo tres meses, hemos sido testigos de un esfuerzo desesperado por parte de ciertos funcionarios para revitalizar su decadente popularidad. Lo que durante tres años pareció una apatía inquebrantable hacia las necesidades de la gente, de repente se ha transformado en una frenética actividad dirigida a corregir sus errores pasados. Este repentino cambio de actitud nos plantea interrogantes sobre las verdaderas motivaciones detrás de esta transformación relámpago.
Recordemos que estos mismos funcionarios alguna vez pronunciaron la infame frase: "quien invierte en barrios pierde su tiempo". Minimizaron a la población, sosteniendo la hipótesis de que en última instancia, en el día de las elecciones, los ciudadanos venderían su voto al mejor postor. Ahora, en tan solo tres meses, parecen determinados a borrar la imagen de abandono que han dejado en la mente de la gente. ¿Qué los ha impulsado a repentinamente preocuparse por los problemas que antes menospreciaban?
La arrogancia y la apatía que han caracterizado su comportamiento se han transformado en un frenesí de actividad. Los problemas que una vez rechazaron abordar ahora son tratados con urgencia, y la reticencia a escuchar las voces del pueblo ha sido reemplazada por un estridente clamor por atención, expresado a través del estruendo de bocinas ensordecedoras.
Pero, ¿puede esta transformación repentina ser genuina? En tres meses, ¿pueden los mismos funcionarios que el pueblo consideraba "tiranos" convertirse en corderitos inocentes? La desconfianza arraigada no se desvanece tan fácilmente. Queda por verse si esta renovada actitud es un sincero acto de redención o simplemente un intento desesperado de influenciar las percepciones antes de una próxima elección.
Este giro repentino suscita una pregunta crucial: ¿qué sucederá después de esos tres meses? ¿Volverán a su antiguo comportamiento una vez que las miradas estén distraídas y las elecciones hayan pasado? Para que esta transformación tenga un impacto duradero, debe ir más allá de un período de tres meses. Debe demostrarse con acciones consistentes y sostenidas a lo largo del tiempo.
Este cambio de actitud por parte de los funcionarios es sorprendente, pero también nos hace cuestionar sus intenciones reales. Si bien es alentador ver que finalmente están abordando los problemas que antes ignoraban, la verdadera medida de su compromiso se verá en los meses y años venideros. Solo entonces sabremos si este corderito temporal tiene la voluntad de mantener su nueva postura o si volverá a las viejas costumbres que el pueblo conoce demasiado bien.