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Contra el olvido: Amaury Germán Aristy

Contra el olvido: Amaury Germán Aristy

7 julio 2021 Dagoberto Tejeda Ortiz Opiniones

En las Yayas,  Azua, un pequeño pueblo de los que nunca se olvidan y se llevan  siempre en el corazón, en una familia antitrujillista, abrió los ojos por vez primera, el niño Amaury Germán Aristy, una mañana del 13 de abril de 1947, el cual cuando comenzó a crecer, mientras más comía menos engordaba, flacucho, con una sonrisa de inocencia, terminó sus estudios primarios como alumno sobresaliente.

Vientos de rebeldía juvenil, comenzaron a despeinar la inocencia de Amaury y un día, al regresar de la escuela, al entrar a la casa se quedó mirando la pared de la sala y sin decir media palabra, agarró la foto que la adornaba, junto a una pequeña placa que también corrió la misma suerte y la estrelló en el piso.  Un enorme silencio invadió el lugar.  Solo se deletreaba un letrero, lleno de vidrios rotos que decía: “En esta casa Trujillo es el Jefe”. 

Amaury Germán Aristy

Al cumplir quince años, en 1963, su padre fue electo diputado por el Partido Revolucionario Dominicano y la familia se mudó para la ciudad de Santo Domingo.  Al llegar a la capital, Amaury entro a estudiar el Bachillerato en el Liceo Juan Pablo Duarte, hervidero político de jóvenes rebeldes generosos.  Al poco tiempo, Amaury se convirtió en una figura-símbolo, miembro de la Dirección Nacional de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER) y miembro de la representación estudiantil del 14 de junio, en una militancia de izquierda.

El 25 de diciembre del 1963, en una componenda espuria, de nauseabunda complicidad de la derecha más recalcitrante, los militares trujillistas más reaccionarios, sectores medievales desfasados de la iglesia católica y las fuerzas más trogloditas del imperialismo, derrocaron con un nefasto Golpe de Estado, al gobierno progresista y de esperanzas del Presidente Juan Bosch.  Amaury pasó a la lucha contra el Golpe y contra el Triunvirato cómplice  de esta infamia contra la democracia y el pueblo dominicano.

Al sonar la clarinada revolucionaria que llamaba a la revolución de abril del 65, Amaury dijo presente fusil en mano para defender a la patria mancillada por las botas norteamericanas, encabezando la dirección de los gloriosos comandos constitucionalistas. En el intento por la toma del Palacio Nacional, donde fueron asesinados símbolos revolucionarios, Amaury fue herido en una pierna.

En 1967, un fuego revolucionario repasaba las praderas y las montañas de América Latina.  Los pueblos ardían de indignación y la generosidad de los revolucionarios levantaba trincheras de luchas y banderas de esperanzas.  En cuba, con el rocío triunfante de la revolución, fue celebrada la Conferencia Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). 

En esta conferencia de los pueblos saqueados y oprimidos por los imperios, Amaury Germán Aristy, en representación de los revolucionarios dominicanos, a pesar de su juventud, fue electo Vice-presidente.  En los momentos de su juramentación, una foto de él con Fidel Castro, con su uniforme triunfante verde-olivo, recorrió el mundo, repitiendo los dos la frase inmortal del Che: “¡Patria o Muerte Venceremos!”

En esa estadía de Amaury en La Habana, se entrevistó varias veces con El Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, el inmenso comandante de abril, y acordaron que Amaury y sus Palmeros, serían responsables del apoyo militar urbano de la guerrilla de Caamaño en una lucha para derrocar a la dictadura ilustrada de  Joaquín Balaguer, responsabilidad reafirmada con la creación  de Los Comandos de la Resistencia.

Después de regresar al país, perseguido por todas las fuerzas represivas del gobierno Balaguerista y seguido por la CIA, Amaury decidió unir su vida con Sagrada Bujosa, una mujer sin miedo, parte de una familia de revolucionarios, que llevaba en sus entrañas “el temple de las mujeres de Abril”, sabiendo que entraban en una vida sobreviviente solo en la lucha y en la clandestinidad.

Independientemente de su conciencia revolucionaria, de tener fe en su lucha, de no sentirse solo, Amaury tenía un ser trascendente, casi celestial a su lada, que lo cuidadaba y lo animaba para seguir adelante.  Era su madre, Doña Manuela, heroína de la patria, ejemplo de la madre revolucionaria, orgullosa de su hijo, conocedora de sus virtudes.  En un allanamiento de las fuerzas represivas en busca de Amaury, llena de coraje y  de indignación le reprochó a un policía que se metió debajo de su cama buscando a su hijo, gritándole: “A Amaury no lo busque debajo de la cama… yo no parí un cobarde.  ¡Víctor Victor, en una canción, al igual que yo, quería una madre así!

Caamaño era un fantasma y una pesadilla que no dejaba dormir tranquilo a la dictadura ilustrada Balaguerista ni a la CIA, por miedo a otra Cuba.  Aumentaron la represión y la búsqueda de Amaury, llegando a la desvergüenza de colocar las fotos de Amaury y compañeros sobresalientes de los Palmeros en la televisión como con el letrero de ¡Se buscan¡ ofreciendo incluso una vergonzosa recompensa económica, como si fueran vulgares delincuentes.

Durante mucho tiempo, Amaury era invisible.  El pueblo lo protegía. La persecución, como buenos sabuesos, era más tenaz y permanente. Se cuenta que en la desesperación de los aparatos represivos, buscando ayuda de sus aliados, un avión norteamericano detecto con rayos infrarrojos el escondite de los Palmeros dirigentes.  Como si el país hubiese sido invadido por un ejército enemigo, el alto mando militar de seguridad de la dictadura ilustrada Balaguerista, con la complicidad de los gringos, desplegó más de dos mil efectivos militares, con tanques de guerra, helicópteros, carros de asalto, camiones brindados, con armamentos de todos los calibres, para enfrentar a cuatro valientes revolucionarios: Amaury, Virgilio, Ulises y La Chuta.

En el kilómetro 14 y ½ de la Autopista de Las Américas, en una cueva, pelearon durante 10 horas en un encuentro desigual, desproporcionado y criminal, donde la valentía y el coraje de cuatro revolucionarios de la patria, dieron paso a la epopeya de Amaury y los Palmeros.  Nació la leyenda. Se hizo realidad y se eternizó la máxima de Amaury: “¡No importa el número de armas en la mano, sino las estrellas en la frente!”.  Los Palmeros camino a la gloria iban regando estrellas en la vía láctea…

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